Último día
No te mudas de una casa después de siete años y te crees que no pasa nada. Pasa. Pasan muchas cosas
En el último día en una casa se mezclan el auge y la crisis. Tienes razones para sentirte bien y mal. De hecho, estás alegre y triste al mismo tiempo. No sabes cómo estás, en realidad. Una casa atesora su época de oro y su desgaste. Y entonces, te vas. No te mudas de una casa después de siete años y te crees que no pasa nada. Pasa. Pasan muchas cosas. ¿Qué pasa exactamente? Eso ya no lo sé, pero pasa. Las personas se construyen sobre los sitios en los que residen y que van abandonando por otros, y luego por otros, y así sucesivamente, hasta que un día alguien dice de uno «vivió en 13 casas y después murió», y en ese momento a lo mejor se entiende todo lo que pasaba con cada mudanza. Mi hija lleva tres días llorando porque no quiere marcharse del piso viejo, después de dos meses entusiasmada con la idea de irse al nuevo. Le pregunto qué es lo que más echará de menos, y no responde. Le pregunto otra vez y me dice «ay, papá, cállate ya». No hay quien nos entienda, y quizá eso es lo mejor de nosotros, que no se sabe bien por dónde cogernos.
Tu último día en una vivienda es una extraña, dilatada, emocionante suma de última tarde, última columna, última cena, última noche, últimas vistas, último libro, última botella de vino, último insomnio, último Deprax, último sueño, última ducha, último peinado, último adiós... Te vas y no sabes qué es lo que extrañarás. Eso ya se verá. La añoranza es un descubrimiento que pertenece al futuro. Aunque cómo saber que no lo olvidarás todo y quedarás libre de nostalgias. En ciertas teorías del aprendizaje es bueno empezar de cero, como quien cambia de nombre, de país, de vida, y de golpe no tiene nada, salvo lo que pueda pasar. Cuando vives de alquiler aprendes, como en aquel poema de Fabio Morábito, a no pegar los muebles a las paredes, a no clavar muy hondo, a atornillar solo lo justo, incluso a respetar las manchas de anteriores inquilinos, mientras dejas que «la mudanza se disuelva como una fiebre, como una costra que se cae».
El último día en una casa es el fin de un orden. Nada volverá a estar en su sitio. Tus pertenencias también tendrán que adaptarse al cambio, y tú al hecho de no saber de memoria dónde se encuentran y buscarlas desesperadamente. Dónde se ubiquen se volverá un asunto relevante. Lenny Bruce contaba que empezó a tener problemas serios con la ley justo cuando ya no le importaba dejar sus pertenencias tiradas por su viejo apartamento, sin interés alguno por su paradero. En una ocasión, durante un registro, un poli se fijó en unos polvos blancos. «¿Qué dices, que esto que hay en la cómoda es aspirina? Y entonces, ¿para qué es la jeringuilla?», preguntó. «Es que sabe fatal», salió del paso el humorista.
No piensas nada el día que te vas. Solo te vas y cierras, mientras sin saberlo aspiras a que en tu lugar quede la concavidad, y si hay un poco de suerte, que el siguiente inquilino pregunte cuando se instale «¿qué demonios es este hueco de aquí?», y que sea tu fantasma.
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