La OTAN se recompone, EEUU gana con el cambio
Se quiere reforzar la importancia de la defensa y la disuasión colectiva de la Alianza, y todo ello para servir a los intereses estratégicos de Washington, que tiene centrada su mirada en el eje Indo-Pacífico
Ruth Ferrero-Turrión
Profesora de Ciencia Política en la UCM e investigadora sénior en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)
Ruth Ferrero-Turrión
Se abre un nuevo episodio en medio de la guerra que se libra en Ucrania. Una vez más vemos como la invasión rusa impacta en todos los ámbitos, la economía, la energía, y ahora en la política de seguridad y defensa. La cumbre de la OTAN que se celebra en estos días en Madrid pasará a la historia por ser la reunión más relevante de la Alianza Atlántica desde el fin de la Guerra Fría, incluso más importante que aquella en la que se decidió la ampliación a los países que alguna vez formaron parte del Pacto de Varsovia.
Durante la década de los 90 la OTAN tuvo que reinventarse, buscar nuevas formas de ser útil, y así fue como evolucionó desde las políticas de disuasión hacia las de gestión de crisis. Fue en esa época cuando se quiso dar el título de gran defensora de las democracias, la época dorada de Clinton y la paz democrática. De aquella época datan las guerras de los Balcanes, pero, sobre todo, el bombardeo por parte de la OTAN de Serbia sin mandato de Naciones Unidas y que dio lugar a un principio, todavía no reconocido por el derecho internacional, el de la responsabilidad de proteger, que colisionaba con otro que era el del derecho a la no injerencia. Y todo ello saltándose su propio reglamento y actuando fuera de su área de operaciones. En aquel momento, nadie hacía sombra al 'hegemón' norteamericano.
Ya en 2001 y con los atentados del 11 de septiembre fue cuando se apeló por primera vez y tras 73 años de existencia el artículo 5 de la Carta del Atlántico Norte que establece que "las Partes acuerdan que un ataque armado contra una o más de ellas, que tenga lugar en Europa o en América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas ellas [...]". Y así fue como, de manera solidaria, se pusieron en marcha las operaciones en Afganistán y la invasión de Irak. La “lucha contra el terror” se hizo, además, con el apoyo incuestionable de la ya, entonces, Rusia de Putin.
La previsión era que la cumbre de Madrid fuera una cumbre de transición sin mayor relevancia que intentara hacer olvidar lo más rápido posible el fracaso en Afganistán y que pusiera su mayor énfasis en cuestiones vinculadas a la seguridad humana con el foco puesto en temas de cambio climático o asuntos relacionados con las políticas feministas. Sin embargo, la guerra en Ucrania ha dado un vuelco a esos retos de trámite que la organización transatlántica tenía por delante. Parafraseando a Macron, la OTAN ha despertado de una muerte cerebral, y, no solo eso. Gracias a la testosterona de Putin, también le ha dado una razón para seguir, para reforzarse militarmente, para ampliarse y para reforzar el liderazgo norteamericano de la organización. Ahora la UE es igual o más dependiente de Washington que durante la posguerra, solo que ahora no hay un 'plan Marshall' y Bruselas paga por la energía, por los suministros y por las capacidades militares.
El concepto estratégico que se quiere debatir en Madrid tiene que ver con el refuerzo de lo que se ha dado en llamar la estrategia 360 grados de la OTAN, estar listo en toda geografía y en todo momento para actuar ante cualquier desafío que pudiera aparecer. De este modo se quiere reforzar la importancia de la defensa y la disuasión colectiva de la OTAN, pero también incorporar nuevas formas de guerra híbrida, así como otros espacios de colisión como puede ser el ciberespacio. Y todo ello para servir a los intereses estratégicos de Estados Unidos, que tiene centrada su mirada en el eje Indo-Pacífico.
La UE, por su parte, llega desfondada, dividida y sin un objetivo geopolítico claro. Los más atlantistas buscarán reforzar aún más sus posiciones en compañía del Reino Unido, apelando a discursos de democracias contra no democracias; los atlantistas más reticentes llegan muy debilitados y en algunos casos, como el alemán, también muy presionados por sus socios de gobierno. Con estos mimbres parece poco probable que se vaya a ser capaz de arrancar una posición que beneficie, aunque sea un poco, los intereses propios europeos, más allá de discursos vacíos llenos de moralina y falsas promesas hacia Ucrania.
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