El bumerán Villarejo
Aquellos que no le concedían ni un ápice de credibilidad ahora lo adoran y convierten en un Robin Hood de la denuncia pública, adalid de la búsqueda de la verdad
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Álex Sàlmon
El fenómeno Villarejo tiene efecto bumerán. Primero fue el malo y después fue el rebueno. Eso para unos. Para los otros comenzó siendo el bueno para acabar siendo el vendido.
Lo cierto es que el personaje es el prototipo para una buena novela de Alicia Giménez Bartlett. Un secundario con el que tejer el argumento del típico malo aprovechado que, a golpe de ser un conseguidor, se labró una fama en los medios de comunicación, y se la sigue trabajando.
Villarejo pasó de ser policía a expolicía para la policía; a ser comisario para dentro y fuera, y acabar en el mundo privado, pero trabajando para lo público en seguridad, y así unos cuantos silogismos más que nos acercan o alejan de la verdad, según el punto de vista.
No hay duda de que el comisario trabajó para contrarrestar una situación que el Gobierno de Rajoy no supo gestionar. El independentismo sobrepasó a eso que llamamos Estado por todas las vías posibles, y entendió tarde que el movimiento se estaba aprovechando de la totalidad de las vías de la estructura gubernamental.
Sin embargo, Cristóbal Montoro fue más útil para la batalla política que inició el Gobierno de Rajoy contra el ‘procés’ que los movimientos sospechosos de Villarejo.
Fue, y debe seguir siéndolo, un profesional de la grabación. Con ellas se ha hecho un nombre. Entendió que eran una garantía, por si las cosas cambiaban de color y como elemento de amenaza. Pero no le sirvieron de tanto. Y ahora ayuda a su enemigo a construir un relato demoledor y muy desviado de sus años de acumulador de informaciones con el ánimo de desprestigio de siempre.
Este efecto de bumerán político es muy interesante. Descubrir como aquellos que no le concedían ni un ápice de credibilidad ahora lo adoran y convierten en un Robin Hood de la denuncia pública, adalid de la búsqueda de la verdad.
Rechazado y juzgado por unos, se va con los otros. La cuestión es que quien ofrece veracidad en el presente, le concede credibilidad al pasado. Y es que puede que todo sea verdad. Y ese “todo” salpica a unos y otros.
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