Artículo de Albert Soler

Gritando desde Bélgica

Se trata solo de salir a pronunciar alguna vacuidad, que si no, a ver quién se acuerda de que el pobrecito sigue ahí, con su Consell y su Casa de la Republiqueta

Carles Puigdemont en rueda de prensa en Bruselas

Carles Puigdemont en rueda de prensa en Bruselas / ACN / MARTA VIDAL

Albert Soler

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En su sermón de Sant Joan, el Vivales de Waterloo anunció la buena nueva: los catalanes somos un pueblo que camina. «A diferencia de otras culturas», añadió a continuación, para dejar claro que los demás pueblos son unos vagos y que, si los catalanes no somos el pueblo elegido de Dios, es solo porque otro se nos adelantó hace miles de años, incluso en lo de caminar. No dijo hacia dónde camina el pueblo catalán porque no tiene ni puñetera idea, aunque sobre todo no lo dijo porque no hace falta: se trata solamente de salir a pronunciar alguna vacuidad, que si no, a ver quién se acuerda de que el pobrecito sigue ahí, con su Consell y su Casa de la Republiqueta, y sus fotos con los negros de Biafra. De paso, se postula como líder a perpetuidad, ya que para dirigir a un pueblo que camina, nadie mejor que un líder que corre. Para huir, pero corre.

Hay un capítulo de la serie ‘Borgen’ en que el Gobierno no sabe qué hacer con un ministro molesto por sus declaraciones. Al final, optan por darle un cargo en la Comisión Europea, en lo que puede parecer un ascenso. En realidad, le mandan allí para que pueda manifestarse a sus anchas, puesto que, como recuerda la primera ministra con una sonrisa cínica al firmar el nombramiento, «si gritas en Bélgica, no te oye nadie». La suerte que tiene el Vivales es esa, que de las periódicas necedades que grita en Bélgica no se entera nadie, exceptuando, claro está, a quienes sintonizan TV-3, que para eso la tenemos. Para su fortuna, ni en España, ni por supuesto en el resto de Europa, saben nada de las aventuras belgas del Vivales y su corte, y mucho menos de sus opiniones, en caso de que tuviera alguna. Nadie le oye.

Un pueblo que camina, dice. Las manifestaciones del Vivales son cada vez más parecidas a las del líder de una secta, vacías de contenido y destinadas exclusivamente a seguir manipulando las débiles mentes de los seguidores, cualquier día organiza un suicidio masivo en la Guyana. Tal vez ese vivir fuera de la realidad sea para sus adeptos signo de santidad. Pero ojo, que no es la única opción. Como recuerda Andrés Barba en su excelente 'La risa caníbal', la impermeabilidad absoluta a la experiencia del mundo exterior es la única cualidad que comparten por igual los idiotas y los santos.

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