GOLPE FRANCO

La soledad del entrenador de fondo

A los que vemos fútbol nos viene bien sentir que en la banda se sienta o deambula una persona capaz de atender la jugada

Valverde, durante el partido con el Alavés.

Valverde, durante el partido con el Alavés. / periodico

Juan Cruz

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El culpable era el árbitro. En algunos casos, hay futbolistas culpables, sobre todo el portero, cuyo miedo al penalti es desde hace años un fenómeno llevado con suerte a la literatura por Peter Handke, acaso el escritor más triste de las últimas décadas, el autor de la legendaria 'El miedo del portero ante en el penalti'. Pero el rey de los culpables, en el mundo del fútbol, es el entrenador, que al fin y al cabo es el primero en salir cuando los directivos no saben qué hacer con los equipos que se les confían. Y como desconocen qué deben hacer con las técnicas y con las tácticas, prescinden de los que las aplican simulando que ya ellos han dado con la clave a la que no han tenido acceso los técnicos. Así que recurren a otros, para que interpreten el futuro o al menos para alargarlo.

En este tiempo los entrenadores han sido claves también a la hora de renovar directivas. Laporta no quiso a Xavi así que llevó a otro en su ticket electoral, hasta que a Koeman le fue tan mal que ya consideró el presidente que la solución a los males del club, que son infinitos a estas alturas, era precisamente Xavi, al que en seguida adoptó como un medicamento. Las cosas no fueron demasiado mal, ni bien en exceso, pero la unanimidad tan difícil en el club la tiene ahora más el legendario futbolista que el propio Laporta, indeciso intérprete de la historia azulgrana.

Cada directivo con su entrenador. Pasa ahora en las elecciones para la presidencia del Athletic de Bilbao. Un presidente posible iba a esas elecciones teniendo a Bielsa, sublime entrenador incomprendido, como el entrenador del futuro, mientras que Jon Uriarte, el que finalmente ganó la elección, llevaba a un artista (en muchos sentidos), Ernesto Valverde, al que el Barça envió al patio de los leones en seguida que tuvo algunos traspiés, después de haber sido mimado por grada y jugadores a lo largo de años que no estaban al alcance de cualquiera.

Después de esa ominosa expulsión, el entrenador vasco se fue a sus cuarteles de fotógrafo, hizo exposiciones de su obra como tal, asistió a algunas entrevistas ensimismadas, pues es un pensador puro, un hombre con la voz educada para no decir cualquier cosa ni insultar, y se dedicó a esperar pacientemente la oportunidad de regresar.

La verdad es que Valverde responde a esa tipología, la del que espera, sin aspavientos. De hecho, en los campos, al menos mientras yo lo veía deambular por los banquillos del Barça, lo encontré siempre educado; de vez en cuando levantaba la mano, en tono levemente despectivo, ante una determinada equivocación del árbitro (o que a él le parecía un error arbitral) y luego regresaba a su sitio de meditar. Desafiaba con su actitud a aquellos que disfrazan su sabiduría (tipo Lopetegui) bajo la apariencia del cabreo infinito, pero no llegó a crear escuela, pues cuando ya ensayaba modos de resignación ante la negligencia arbitral o el descuido de los suyos el Barça lo signó con la señal de la cruz bajo la cual tiemblan los entrenadores.

Ahí empezó aquel ostracismo de Valverde. Lo vi muchas veces en los medios que buscan a los caídos en desgracia, y ahora lo veo resurgir de la mano de un nuevo dirigente en un equipo que, me parece, le va como anillo al dedo. Al Athletic le va un entrenador paciente, y a los que vemos fútbol nos viene bien sentir que en la banda se sienta o deambula una persona capaz de atender la jugada sin sacarse todo el rato las manos de los bolsillos para decir aquí estoy yo.   

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