La campaña militar (48) | Artículo de Jesús A. Núñez Villaverde

Hidrocarburos y cereales, armas de guerra

Berlin based gas and steam turbine combined heat and power plant

Berlin based gas and steam turbine combined heat and power plant / CLEMENS BILAN

Jesús A. Núñez Villaverde

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Ucrania ya cuenta con los lanzamisiles múltiples tipo HIMARS, suministrados principalmente por Washington y Londres. Eso significa que sus fuerzas armadas ven incrementada su capacidad de resistencia frente a la invasión rusa, con opciones reales para golpear no solo a sus unidades de primera línea sino también a su retaguardia y a sus bases logísticas, incluso en suelo ruso. Por su parte, Moscú sigue empeñada en doblegar esa capacidad, sumando más medios en la ofensiva que lleva desarrollando en el Donbás desde hace ya dos meses. De ahí se deduce un escenario en el que no cabe esperar resultados definitivos que posibilite la victoria a corto plazo de ninguno de los contendientes.

Esa convicción de que no hay solución militar a la vista, en la medida en que Rusia no parece en condiciones de imponer su dictado por la fuerza y de que Ucrania todavía puede mejorar sus posiciones gracias al suministro armamentístico desde el exterior, está llevando a Moscú a optar por otras vías no menos ofensivas, pero más sibilinas. Consciente de que la resistencia ucraniana depende en gran medida del suministro desde el exterior y de que no es capaz de cortar los canales de llegada de las armas, Moscú busca la manera de disuadir a esos gobiernos de seguir apoyando a Kiev jugando con dos bazas que, con vistas al próximo otoño, puede manejar prácticamente a su antojo: hidrocarburos y cereales.

En el primer caso, Rusia se está adelantando incluso a los planes alternativos de algunos países como Alemania, restringiendo progresivamente el suministro de gas y petróleo para imposibilitar el almacenamiento de esos hidrocarburos vitales para atender a sus necesidades cuando el frío vuelva a incrementar la demanda. Calcula que una opinión publica cada vez más afectada por las restricciones energéticas y la generalizada subida de precios va a movilizarse contra sus propios gobiernos, exigiendo un cambio de actitud que les lleve a cerrar el grifo armamentístico que alimenta a Kiev. De ese modo, contando solamente con sus propias fuerzas, muy inferiores a las rusas, Kiev no tendrá más remedio que admitir que Moscú no solo mantenga Crimea en sus manos sino que pueda, al menos, controlar todo el Donbás hasta que, en un futura etapa, esté en condiciones de rematar la tarea, haciendo desaparecer a Ucrania como Estado soberano.

En el segundo caso -tanto destruyendo cosechas y almacenes como robando cereales para cubrir sus propias necesidades o para recolocarlos en otros mercados-, lo que busca Rusia es agravar una crisis alimentaria que ya había estallado antes de la invasión. Así, contando con la lógica protesta de los países afectados por la falta de unos insumos vitales para garantizar su seguridad alimentaria, Moscú pretende acusar a quienes le han impuesto sanciones de una hambruna de dimensiones colosales. Igualmente, al potenciar el problema, cuenta con que esa misma hambruna acabe provocando una nueva oleada de flujos migratorios hacia Europa; un panorama indeseable para muchos gobiernos. Si el primer intento ruso de provocar una crisis europea ante el aluvión de refugiados derivado de la invasión -en torno a los 10 millones de personas- no le ha servido para sus propósitos; ahora, con este previsible flujo de nuevos migrantes subsaharianos cree estar en condiciones de explotar las fracturas internas de la Unión para debilitar el apoyo militar a Kiev.

Nada nuevo bajo el sol, jugando con la vida de inocentes, sin que nada le garantice a Moscú el éxito de su apuesta.

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