Artículo de Care Santos

El sol es Dios

Los artistas que vivieron la Revolución Industrial inglesa no se habrían dejado impresionar por nuestros índices de contaminación atmosférica

Curiosidad alrededor de la obra 'Apolo y Pitón' del pintor William Turner

Curiosidad alrededor de la obra 'Apolo y Pitón' del pintor William Turner / JORDI COTRINA

Care Santos

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Visito la exposición de William Turner en el MNAC uno de los días de la temprana ola de calor. Cae un sol de justicia sobre Barcelona. Me digo que tal vez no habrá nadie en el museo, porque en la tele han asegurado que las playas están atestadas. Me sorprende encontrar a una multitud delante de cada uno de los cuadros. Soy mala haciendo vaticinios, está claro. Y mi pasión por Turner no es nada original.

Una de las etapas del recorrido 'turneriano' se titula 'El sol es Dios', un título paradójicamente acorde con mis circunstancias que, sin embargo, tiene que ver con las del artista. Por lo visto, fue precisamente esa frase la última que pronunció Turner en su lecho de muerte, como saben todos los aficionados al gran paisajista inglés y también los visitantes de la estupenda exposición del MNAC. No parece nada misteriosa si se conoce la obra del artista, pero son muchos quienes le dan vueltas a su sentido e incluso a su existencia. A mí me gusta pensar que Turner dijo esas palabras justo antes de morir. Me gusta porque vuelve coherente al personaje. Un hombre en busca del sol.

Me encantan los románticos y me encanta Turner. Me he extasiado delante de sus obras en la Tate Britain por lo menos en media docena de ocasiones. He admirado su obsesivo modo de trabajar, su carácter solitario, sus rarezas. La que más me gusta es esa afición suya a recomprar los cuadros que ya había vendido, pagando a veces por ellos sumas más elevadas que las recibidas, porque al parecer su falta se le hacía insoportable.

Yo también admiro el sol de Turner, claro. Imposible no hacerlo. No porque fuera el primero, sino porque supo dotarlo de un misterio inédito hasta ese momento. Incluso en sus cuadros más clasicistas —los que pintó admirando a Claude Lorraine— supo velar el sol. Siempre hay brumas, calimas, nieblas que evitan lo demasiado obvio, lo demasiado diáfano. Pero mi favorito es el que hace del lienzo una espiral de pinceladas en las que el sol se impone de un modo menos evidente, pero mucho más dramático, más emotivo. No me interesa el arte que me ofrece demasiadas respuestas. Tampoco los artistas que no evolucionan. Doy la razón a Oscar Wilde: pensar siempre lo mismo es signo de vulgaridad.

Al salir, Barcelona me parece más 'turneriana' que nunca. Las estupendas vistas de la terraza del museo me ofrecen una ciudad inundada de sol pero matizada por una bruma persistente. Tal vez es polución, lo cual es igualmente 'turneriano', o puede que más. Los artistas que vivieron la Revolución Industrial inglesa no se habrían dejado impresionar por nuestros índices de contaminación atmosférica. La habrían pintado, igual que pintaron el humo de sus chimeneas o de sus locomotoras. Turner supo hacer de la modernidad su tema. Me pregunto si su idilio con el sol habría sido el mismo de nacer en una ciudad como la nuestra, soleada casi los 365 días al año. Y llego a la conclusión de que las cosas están bien como están, y que antes de que termine, volveré a la exposición del MNAC. En un día lluvioso, a poder ser. A ver qué pasa.

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