Un sofá en el césped
Una historia de agua y fuego
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Esta es una historia de agua y fuego. Para celebrar el ascenso del Girona, unos cuantos aficionados del Jovent Gironí se sumergieron (es un decir: se zambulleron y salieron a flote de inmediato) en las aguas no precisamente cristalinas de unos de los cuatro ríos que circulan por la ciudad. Fue una aventura arriesgada, sobre todo por las infecciones cutáneas que pudieron haber sufrido, pero al fin fue la culminación de una de tantas promesas que nos hicimos los unos a los otros si el Girona subía a Primera.
La noche antes, la del 19 de junio, la ciudad vivió una verbena anticipada, de fuego y cánticos, una celebración ruidosa y espontánea porque se generó en la necesidad perentoria de compartir la calle, de cruzarte con el desconocido y enseñaros un puño en alto y una sonrisa pantagruélica, de abrazarte al amigo o de reírse a pierna suelta cuando una señora con rulos y bata salió al balcón de la Plaça del Vi.
Empujada por el griterío, dirigido desde un andamio por el Jovent, no dudó en elevar una bengala (la primera de su vida, juraría) al ritmo de las canciones mientras la masa rojiblanca iba repitiendo "MVP, MVP" en homenaje a la anciana por un día joven. Lo fue también un señor que se unió a los enardecidos (también juraría que era la primera pirotecnia que tenía entre manos) mientras todos saltaban y gritaban "que boti Montilivi!". ¡Qué noche la de aquel día!, como cantaban los Beatles.
Michel, un tío fenomenal
El día siguiente, en la misma plaza, Samu Saiz fue vitoreado a los acordes de "Payaso, payaso", que es la perla que le endilgó a Michel cuando el entrenador le sustituyó ante el Málaga en el minuto 36 de la primera parte. De aquel episodio que hacía pensar en una debacle colectiva y en una reyerta entre gallos apenas han transcurrido tres meses. Hasta que el propio Michel, en el césped del Heliodoro, se dirigió a Samu como "clown" y se abrazaron y se dijeron que son cosas que pasan entre personalidades fuertes. Y aquí paz y, después, gloria.
Y Michel, que es un tío fenomenal, con las ideas claras (las deportivas y las ideológicas), que no habla catalán para ser un figura sino porque cree en estas cosas ("Michel, català", le cantaron en la fiesta), salió para ser aclamado en Montilivi y lo primero que hizo fue lanzar al suelo, con furia, un botellín de agua, como suele hacer cuando se cabrea en el banquillo, pero con el gesto cómplice y jocoso, esta vez, de quien sabe que está construyendo un mito.
Se cumplen estos días 100 años del antiguo estadio de Vista Alegre, un campo coqueto que ahora es un parque municipal. Allí muchos de los antiguos nos estrenamos en esta cosa que algunos llaman fútbol y que para alguien como Albert Camus era el espacio y el sentimiento donde aprendió todo lo que sabía "sobre la moral y las obligaciones de los hombres". A veces es odioso, cuando se convierte en negocio mafioso o en violencia machista. Muchas otras, como en este ascenso, es una historia de agua, que recoge el ímpetu de los años pasados, y de fuego, que acoge el esplendor de tiempos futuros.
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