Ampliación, la credibilidad europea en juego
Lo que se ha representado en Bruselas en estos días es un importante gesto político en el que Ucrania podría tener mucho que ganar en forma de impulso, moral y dinero, y con el que la UE tiene mucho que perder, si las expectativas ucranianas no coinciden con los avances
Ruth Ferrero-Turrión
Profesora de Ciencia Política en la UCM e investigadora sénior en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)
Ruth Ferrero-Turrión
Lo que se veía venir, finalmente sucedió. Primero la Comisión, posteriormente el Consejo Europeo, han concedido el estatuto de países candidatos a Ucrania y a Moldavia, que hasta la fecha eran parte de la Política Europea de Vecindad. Contrasta la celeridad con la que se ha otorgado este estatus en contraposición al largo tiempo que llevan esperando los países de los Balcanes occidentales, todos ellos parte intrínseca de la política de ampliación desde la Cumbre de Tesalónica de 1999. Su situación, tras este largo camino en el desierto, es que dos de ellos son países candidatos
En esta región, hay cuatro países con estatus de candidato, si bien en distintas fases. Así, Albania y Macedonia del Norte, desde 2004 y 2014, llevan esperando la apertura de negociaciones de adhesión desde el año 2020, cuando el Consejo Europeo decidió el inicio incondicional de las negociaciones, que, a día de hoy, no han comenzado. Primero, por las trabas puestas por Francia en la metodología de ampliación, luego como consecuencia del bloqueo que todavía mantiene Bulgaria sobre Skopje por una disputa en torno a la lengua. Serbia y Montenegro, por su parte, obtuvieron su estatus como candidatos en 2012 y 2010, respectivamente y todavía no han obtenido luz verde para comenzar el proceso negociador de adhesión. Por último, estarían Bosnia-Herzegovina, que todavía no ha obtenido este estatus y Kosovo, que ni tan siquiera ha tenido la opción de solicitarlo. Este último territorio, además, tampoco tiene todavía la liberalización de visados en el espacio Schengen, algo que sí poseen tanto Ucrania como Moldavia.
Parece bastante evidente la diferente vara de medir con la que se han adoptado las decisiones en el ámbito de la política de ampliación, y, sobre todo, cuáles son los objetivos reales de esta política, que lleva ya demasiado tiempo estancada. La idea original de esta pata de la política exterior europea se sostenía sobre la base de que la creación de expectativas de adhesión de los países que formaran parte de este marco aceleraría los procesos de europeización y, por ende, de democratización de estos. Los criterios de Copenhague de 1993 marcaron cuáles serían las condiciones previas que debían cumplir los estados que quisieran formar parte de la UE. Estas eran esencialmente tres: ser una democracia y respetar el Estado de derecho, ser una economía de mercado e incorporar el acervo comunitario en sus respectivas legislaciones para converger con el resto de socios. Sin embargo, si algo han demostrado los años transcurridos desde las ampliaciones de 2004 y 2007 es que esta política no ha conseguido los objetivos que perseguía, y no hay nada más que mirar la situación del Estado de derecho en Polonia y en Hungría, o el caos de corrupción en el que está sumida Bulgaria para saber de lo que estamos hablando. En el caso de los actuales candidatos, tampoco se ha visto un gran avance en el ámbito democratizador de estos países en donde se han instalado, consentidas por Bruselas, las conocidas como 'estabilocracias', regímenes políticos que dan estabilidad en la región con sesgos autocráticos.
Lo que se ha representado en Bruselas en estos días es un importante gesto político en el que Ucrania podría tener mucho que ganar en forma de impulso, moral y dinero, y con el que la UE tiene mucho que perder. El riesgo de pérdida de credibilidad si las expectativas ucranianas no coinciden con los avances. Esta credibilidad ya está muy tocada en los Balcanes occidentales, que ven en este gesto un agravio comparativo manifiesto con el que se sienten profundamente frustrados. De esta derivada procede el segundo riesgo al que se enfrenta la UE, puesto que ha de encontrar una salida para estos países, que llevan décadas esperando una señal realmente creíble por parte de Bruselas, de lo contrario podríamos estar ante turbulencias también en la región. Sin un estatus de candidato para Bosnia, sin la liberalización de visados en Kosovo, y sin la apertura de negociaciones de adhesión para Albania y Macedonia del Norte, la UE carecerá de la legitimidad suficiente para ofrecer credibilidad a su gesto en Ucrania y Moldavia. Pero quizás eso ya lo saben y por eso miran de manera constante en lo político y, sobre todo, en lo económico, a EEUU.
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