Punto y aparte

En el equipo de Olucha

Lejos del papel de mujer victimizada, ignorante y humillada -again- por un marido 'infiel', Olucha ha querido dejar claro que de infiel nada, que su relación es cosa suya, que lo sabía, estaba pactado y que, oh milagro ,esto se puede hacer y se hace en el siglo en el que estamos.

Santi Millán y Rosa Olucha.

Santi Millán y Rosa Olucha.

Isabel Olmos

Isabel Olmos

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Quienes sigan habitualmente esta columna sabrán de sobra que soy poco dada a hablar de actualidad política. Hay otros compañeros que lo hacen más y mejor que yo y, sobre todo, les gusta más. Yo prefiero hablar de la ‘pequeña’ política del día a día, del abuelo que no tiene cajero, de la mujer que se ha quedado sin su casa, el porqué escogemos una cosa y no la otra y cómo condiciona nuestra elección, por diminuta que parezca, el entorno en el que vivimos. Me gustan los gestos y las personas que rompen esquemas y creencias, sin pelos en la lengua, y que rasgan con su opinión los silencios y los chismorreos en voz baja de la mala gente, poniendo los acentos donde toca, en la libertad y la igualdad por encima de todo esto.

Y todo esto viene a cuento de Rosa Olucha, una conocida directora de televisión con mucho trabajo a sus espaldas también como periodista y guionista que esta semana ha impuesto su voz por encima de la España reaccionaria para dejar bien claro que le parece fatal que hayan grabado a su marido manteniendo relaciones sexuales con otra mujer, no porque haya otra mujer, sino porque las relaciones íntimas ‘consentidas y privadas’ son algo a respetar en pleno siglo XXI. Su pareja es el actor Santi Millán, quien ha visto cómo se difundían y compartían, sin su consentimiento, las imágenes que él mismo grabó de un acto sexual con otra persona. Ni el de él ni el de la mujer con quien estaba. Lejos del papel de mujer victimizada, humillada y machacada -again- por un marido infiel, Olucha ha querido dejar claro que de infiel nada, que su relación es cosa suya, que lo sabía, estaba pactado y que, oh milagro, esto se puede hacer y se hace en el siglo en el que estamos.

La cuestión es que hace poco vi la serie ‘Intimidad’, una reflexión excelente sobre el delito de grabación y difusión de vídeos de contenido íntimo y de las terribles consecuencias, a veces mortales, que esto acarrea. Hay un momento en la historia que narra la serie (y me van a perdonar en que les haga un poquito de 'spoiler') en el que el marido de una de las víctimas se niega a salir en público a defenderla del acoso al que estaba siendo sometida porque no quería aparecer como el marido del cuerno quemado pese a que en seguida queda constancia de que existía un pacto mediante el cual cada uno ‘hacia la vida por su lado’. Por tanto, la mujer, sola, debe apechugar con la masacre social que se le echa encima.

Ayer me vino a la cabeza esta escena y no pude dejar de pensar cómo habría cambiado el guion de la serie y de la vida de muchas personas en general si cada vez que la intimidad de una mujer hubiera sido violada en redes sociales o whatsapp, difundiendo una parte sagrada de la vida personal, hubiera salido un amigo, un marido, un novio, un compañero clamando a los cuatro cientos que «no, esto no» y «que la vida de cada uno «es de cada uno, se vive en libertad y merece respeto». Pero todavía cuesta. En un articulo reciente, la pedagoga Mónica Ojeda afirmaba que «tanto chicos como chicas envían contenido erótico-sexual propio. Pero las consecuencias son distintas». Si cuando hay consentimiento las consecuencias son distintas (crueles con ellas, aplausos a ellos), imaginense el horror, la soledad y la indefensión total que se siente cuando no lo hay. Gracias, Rosa.

Suscríbete para seguir leyendo