Artículo de Sergi Sol

El necesario adiós de Oltra

La resistencia a dimitir hubiera puesto en un aprieto a todo lo que representa ese valencianismo a la izquierda que ha logrado acumular un gran capital político tras salir de las catacumbas

Mónica Oltra.

Mónica Oltra. / Francisco Calabuig

Sergi Sol

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El empujoncito del presidente valenciano Ximo Puig ha dado la estocada final a la vicepresidenta valenciana Mònica Oltra luego de ser imputada por un caso de esos que no permiten escapatoria posible ni excusa admisible en estos tiempos que corren.

Se le atribuye, sin más, encubrir los abusos de su expareja a una niña en régimen de tutela. Y aunque una es inocente hasta que no se demuestre lo contrario parece más que lógica la dimisión. Incluso hubiera procedido el cese fulminante que precisamente era ya la amenaza velada de Ximo Puig. O dimitía o este la cesaba. Amagó Oltra con una crisis de gobierno queriendo recabar el apoyo de Compromís, su formación política. Un nuevo error, no solo por querer poner en un aprieto a su gente si no también a todo lo que representa ese valencianismo a la izquierda que ha logrado acumular un gran capital político tras salir de las catacumbas. Más por cuando Oltra representaba esa nueva política que proclamó la zafiedad de la corrupción y exigía una actitud ejemplar ante esta. Por lo menos cuando opositaba. Claro que cuando te toca a ti, cuando eres tú quien debe predicar con el ejemplo, todo toma otro cariz.

No es un caso único (el de negarse a dimitir partiendo de un compromiso previo), aunque la acusación que pesa sobre ella es de una naturaleza que avergüenza. Es de ese tipo de fechorías que manchan no ya una carrera política sino la dignidad personal, que arruinan toda una trayectoria.

¡Ojalá no fuere cierto! Aunque ocurra lo que ocurra la sombra de la sospecha la va a acompañar siempre. Esa es desgraciadamente una consecuencia de la época en que vivimos. La completa rehabilitación es una entelequia.   

Hoy por hoy, el único reproche debería ser haberse resistido a dimitir alargando la agonía de una situación insostenible que no solo daña su reputación y prestigio. También todo lo que ella misma, como mujer de izquierdas, representaba. Por duro e injusto que pueda ser en ocasiones -y sería deseable que así fuera en esta ocasión- hay que saber decir adiós a tiempo. Cada segundo que se pierde mina la credibilidad política sin reparo. Y la personal.

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