Artículo de Albert Soler

Un Montecristo a la catalana

El preso que hace unos días se fugó de una cárcel de Tarragona aprovechó lo que se denomina «salida terapéutica a la playa»

una persona entre rejas

una persona entre rejas / periodico

Albert Soler

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Tuvo suerte Alexandre Dumas de vivir en Francia y no en Catalunya, así puedo escribir 'El conde de Montecristo' sin que se lo tomaran a cachondeo. El conde, Edmundo Dantés, encerrado en un penal, se pasó años trazando un plan de fuga y, aun así, para lograrlo, tuvo que hacerse pasar por muerto y que lo echaran al mar. A los presos catalanes, en cambio, les basta con pedir permiso para ir a comprar un helado y olvidarse de regresar. Así no hay manera de escribir una buena novela. Una cosa es que el abate Faria le enseñe a Dantés todo lo que sabe y le provea de tenazas, escoplo y palanca; y la otra es que ya en su primer encuentro le revelara el gran secreto: «si quieres fugarte, espera que te lleven a la playa y una vez allí, di que vas a comprarte un helado».

El preso que hace unos días se fugó de una cárcel de Tarragona con este maquiavélico plan aprovechó lo que se denomina «salida terapéutica a la playa». Uno no sabe qué terapia es esa, tal vez el reo padece una grave enfermedad que se cura viendo pasar señoras en biquini desde una tumbona a la orilla del mar. Doctores tiene la iglesia, doctores que por fortuna para Dumas no existían en la Francia del siglo XIX, o le habrían chafado el argumento.

-Condenamos a Dantés a 14 años de prisión, en verano saliendo cada día a la playa y en invierno a alguna estación de esquí.

Mi abuela no vio el mar hasta bien entrada su madurez, y eso que vivía a 40 kilómetros de la costa. La culpa fue suya por no haber sido condenada a prisión. Uno entra en la cárcel, y si no consigue una terapia de ir a la playa, consigue otra de ir al cine o la discoteca, será por terapias.

Lo que no entiendo es por qué quiso fugarse el preso, cuando a partir de ahora tendrá que ganarse la vida y nadie le va a llevar a la playa con todos los gastos pagados. La conversación con el vigilante debió de ser algo así:

-Oiga jefe, aquí en la playa se está muy bien, pero ahora me apetece un helado. ¿Puedo ir a por uno?

-Claro que sí, faltaría más. No lo cojas de chocolate que después te duele la barriga. Espera, que te doy dinero.

-No hace falta jefe, ya birlaré una cartera por el camino.

Si es que en el fondo son buenos muchachos, incluso se valen por sí mismos.

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