Refugiados, paz y convivencia
La inmensa mayoría de las personas refugiadas que viven en Catalunya se encuentran en riesgo de exclusión social, ya sea por falta de acceso a un puesto de trabajo digno o por racismo institucional
Nadia Ghulam
Activista por la paz, escritora y educadora social en Fundesplai.
Nació en Kabul (Afganistán) en 1985 y vive en Catalunya desde 2006. Sufrió la guerra: una bomba la hirió y, posteriormente, su hermano murió. Para ayudar a su familia en un momento en que las mujeres no podían ni trabajar ni estudiar, tuvo que asumir la identidad de su hermano para poder hacerlo. Comenzar a formarse representó una "luz" para ella: “¡Soy feliz cuando estoy en el aula!”. Ha escrito diferentes libros, entre ellos 'El secreto de mi turbante' y estos días presenta 'Somiant la pau'. Es educadora social, trabaja en Fundesplai y tiene el máster en Desarrollo Internacional, ara piensa hacer el doctorado.
Nadia Ghulam
La exclusión social es una de las cuestiones más preocupantes en la sociedad actual.
Cuando pensamos en formas de exclusión reconocemos rápidamente formas extremas como el genocidio, la esclavitud o la persecución por razón de opción sexual, de género o de etnia. En cambio, existen otras formas de exclusión menos visibles que están bien presentes en el día a día y que suponen una amenaza muy fragante para la convivencia.
Trabajar para conseguir una buena convivencia supone trabajar para evitar cualquier tipo de exclusión social. Supone considerar que cualquier persona, sea cual sea su origen, es merecedora de compartir los recursos básicos de la sociedad. Supone ofrecer cuidado, amor, respeto y dignidad a todas las personas que configuran esta sociedad tanto desde las instituciones como desde las diferentes organizaciones y entidades, así como desde el conjunto de la ciudadanía.
El poco reconocimiento del sufrimiento al que están sometidas las personas refugiadas o incluso la privación de sus derechos fundamentales son formas de exclusión que imposibilitan una buena convivencia.
La inmensa mayoría de las personas refugiadas que viven en Catalunya se encuentran en riesgo de exclusión social, ya sea por falta de acceso a un puesto de trabajo digno o por racismo institucional. Tienen que enfrentarse a un montón de obstáculos burocráticos, lo que les provoca un fuerte sufrimiento que se añade a los traumas sufridos en sus países de origen y que les han ocasionado su situación de personas refugiadas. Difícilmente una persona en estas condiciones llegará nunca a poder integrarse de forma positiva en la sociedad de acogida.
El estallido de la guerra en Ucrania ha evidenciado que, cuando los gobiernos se lo proponen, es posible establecer medidas de acogida simplificadas
Para que la convivencia fluya es necesario facilitar los trámites burocráticos y reducir el tiempo de espera. Esto permitiría restaurar en buena medida los anhelos de estas personas -rotos a causa del conflicto- a tener acceso a una educación que les permita tener una vida digna.
El estallido de la guerra en Ucrania ha evidenciado que, cuando los gobiernos se lo proponen, es posible establecer medidas de acogida simplificadas que ahorren a las personas refugiadas, sea cual sea su país de origen, tener que pasar por la cantidad de trabas burocráticas que hemos comentado.
La guerra genera víctimas, esté donde esté el sitio donde se produzca. El hambre, el dolor y el miedo es el mismo; no importa dónde naciste ni de qué color es tu piel.
La gente que huye llega debiendo hacer el luto por todo lo que han dejado atrás: su familia, sus amigos, sus orígenes, etcétera. En algunas personas, este dolor se manifiesta en forma de fatiga, falta de motivación, desgana y desesperación. Para otros supone volverse muy activos y querer que todo el mundo conozca lo que está pasando en su país.
La mayoría de las personas de la sociedad de acogida espera, de buena fe, que las personas refugiadas se adapten rápidamente a las normas y costumbres del país al que llegan. Pero las personas refugiadas somos seres humanos, no podemos reprogramarnos como si fueran robots ni podemos olvidar de repente todo lo que hemos dejado atrás.
Soy una defensora acérrima de la idea de que cultivar las semillas de la paz es la única forma de trabajar para conseguir una buena convivencia. Si aprendemos a cultivar estas semillas, a cuidarlas y a amarlas desde nuestra infancia, crecerán sanas y fuertes a nuestro alrededor. Y darán un mejor resultado que si esperamos a hacerlo cuando seamos mayores.
Cultivar la semilla de la paz, de la convivencia, no es fácil. Esto es necesario tenerlo muy en cuenta. Pero que no sea fácil no significa que no lo hagamos.
Dar fuerza a la solidaridad, a entender la diferencia como fuente enriquecedora de nuevas experiencias. Valorar que cada persona, por diferente de nosotros que pueda ser, debe ser reconocida socialmente como ser humano y por tanto merece compartir con nosotros los recursos existentes. Reconocer los derechos, dignidad y autonomía de cada persona. Educar a los niños en estos aspectos, así como en la responsabilidad que todas y todos tenemos para conseguir una convivencia donde el respeto común nos permita que la semilla de la paz es fácil realidad.
Estos son algunos de los aspectos que, desde mi punto de vista, pueden ayudarnos a trabajar por un mundo donde la guerra no tenga cabida.
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