APUNTE

Jamás nos contarán la verdad, jamás

Una bandera azulgrana en el Nou Camp

Una bandera azulgrana en el Nou Camp / Jordi Cotrina

Emilio Pérez de Rozas

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Yo no sé si Xavi Hernández y su equipo de colaboradores han repasado alguna vez la entrevista que Gerard Piqué concedió a ‘La Vanguardia’ en octubre del 2020. De verdad, leída a día de hoy, provoca escalofríos. Repito: escalofríos. Veamos.

“Había muchos vicios adquiridos que requerían cambios profundos. Es cierto que se han hecho algunos y que, quizás, no se han de llevar a cabo todos de golpe, pero se tiene que notar que se hacen las cosas de otra manera (…) Tocamos fondo con el 2-8 y teníamos que hacer un reset todos para ver qué era lo mejor para el club. Desde la humildad, remando y teniendo claro que nadie es imprescindible (…) Las jerarquías deben estar bien marcadas para que todo funcione mejor. El presidente debe ser el primero y, después, el entrenador debe mandar a los jugadores. Cuando esta jerarquía se rompe, las cosas no funcionan. Si los jugadores, en algún momento, hemos tenido el poder es porque otras personas no han querido ejercerlo”.

Un caso único

Yo he hablado con mucha gente del fútbol, con mucha, y lo que ocurre en el vestuario del Barça, no sucede en ningún otro club del mundo. Aquí ha habido entrenadores que se han ido diciendo que si seguían en el banquillo acabarían peleándose y desquiciados; aquí ha habido técnicos que, ahora, años después de haber sido despedidos, cuentan que cada día se levantan felices “porque no tengo que ver ni soportar a esos señores”; aquí ha habido directores deportivos que han necesitado meses de desconexión mental para saber qué les había ocurrido y por qué les había sucedido a ellos.

La sensación es que ningún vestuario ha tenido tanto poder en el fútbol español como el que lideró Leo Messi y Luis Suárez, en todos los sentidos y no, precisamente, por el motivo que explica Piqué. ¡Qué va! ¡Qué listos son! Y las secuelas han sido terribles. Todo el mundo, desde los presidentes miedosos hasta los técnicos contemplativos, que tienen la sensación de que serán despedidos en cuanto cuatro de sus estrellas se pongan de acuerdo y pierdan tres partidos seguidos (hecho que el mundo del fútbol ha negado siempre y que siempre ha existido, porque la cuerda siempre se rompe por el punto más débil), han sucumbido a las peticiones, manías y caprichos de los futbolistas del Barça.

Viajar en 'first class'

La diferencia, claro, era que ganaban. Y, cuando ganas, todo se olvida. El problema surge cuando tú lo has conseguido todo y pierdes. O ganas menos. Y, encima, no quieres entrenarte con profesionalidad y llevar una vida adecuada, no solo a tu salario y/o la camiseta que representas, sino a las exigencias de estar en uno de los tres clubs más grandes del mundo. Y pones mala cara, no solo para viajar a Australia en ‘first class’, es decir, en una cama, sino para parar en los rondos cuando has fallado o acudir al gimnasio a primera hora “porque de qué sirve el gimnasio”.

Dicen que es cosa del país, del clima, de la educación, del buen nivel de vida, que es algo cultural y que esa autosuficiencia, esa prepotencia, no existe en países tan futbolísticos como Inglaterra, Alemania u Holanda. Dicen que los que mandan allí o, incluso, aquí (como Florentino Pérez, en el Real Madrid o Miguel Ángel Gil Marín, en el Atlético), tienen las cosas muy claras y códigos que no se rompen ni con las estrellas, por mejores y más galácticas que sean. También cuentan que los entrenadores son más fuertes, más duros, más profesionales y provocan mayor respeto.

Contar la verdad

Ganar lo tapa todo. Todo. Y ese es un error enorme, no solo para resolver el presente sino para plantear el futuro. Joan Laporta, que no ha cesado de elogiar a los capitanes y futbolistas más veteranos del Barça desde que regresó a la presidencia del Barça, se ha encontrado, ahora, que o refuerza su postura o tendrá serios problemas para enderezar el rumbo, no del club, no de la economía, sino del vestuario. Y Xavi, que ha manejado con guante de seda a una plantilla descompensada y caprichosa con la única intención (¡buena intención!) de acabar segundo en LaLiga, debe ahora meter mano en el vestuario y hacer limpieza porque de lo contrario, como reconoció Pep Guardiola cuando se fue, se harán daño.

No contar la verdad de lo que ocurre, protegerles porque son los que saltan al campo, los que ganan los partidos, los que conquistan los títulos, los que pueden provocar tu despido o un adelanto electoral, puede suponer un impedimento para que una entidad, que tiene como bandera ser ‘més que un club’, pueda cumplir, no solo con la función de representar a todo un pueblo, una historia de más de 100 años y unos principios, sino dejar de ser considerado, como lo fue en su día, un ejemplo.

Tapar las carencias, los comportamientos, la manera de ser y de comportarse, el ‘tarannà’ de esos ídolos, es otra manera de autoengañarse. Estaría bien que alguien explicase la verdad. Esos 120.000 dueños del club, de los que solo votan 800, tienen derecho a conocerla, aunque duela. Es muy sano cuando se pretende empezar de cero.

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