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Las vacaciones más caras

Cuando gobiernos y bancos centrales esperaban iniciar la reducción de la compra de deuda y volver a aplicar las normas básicas de la disciplina fiscal, han regresado los temores. Poco ha durado la sensación de que 2022 sería el año definitivo de la gran recuperación

Archivo - Sede del BCE en Fráncfort.

Archivo - Sede del BCE en Fráncfort. / BCE - Archivo

Martí Saballs

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Para el sector turístico, serán las mejores vacaciones desde 2019. También serán las más caras para el cliente desde que algunos empezamos a ponernos pantalones largos. Ya sea por llenar el depósito de gasolina –si quiere hacer una ruta por carretera ya puede ir con reservas ahorradas–, viajar en avión o pagar una copa en el chiringuito de moda de la playa. La tarjeta de crédito echará fuego. Y cuando llegue la próxima cuota revisada de la hipoteca, si la tiene variable, se llevará un susto. El temido euríbor empieza a escalar. Si, además, tiene dinero metido en fondos de pensiones, de inversión o, directamente, en bolsa, no se atragante cuando quiera comprobar cómo han afectado a sus valores las caídas bursátiles y de la renta fija de las últimas semanas. El precio de la vivienda sigue subiendo y empieza a consolidarse la idea de que se está generando una nueva burbuja inmobiliaria. Un consuelo: la factura eléctrica empieza a caer ligeramente gracias a la nueva tarificación aprobada por la Unión Europea. Algo es algo.

La respuesta de las instituciones globales para enfrentarse a los efectos financieros y económicos de la pandemia fue inmediata. Para que el mundo no colapsara, se bajaron los tipos de interés a cero y se inyectó dinero a mansalva para mantener la actividad económica y asegurar los empleos a ambos lados del Atlántico Norte. Este neointervencionismo consensuado por casi todo el arco ideológico permitió respirar hasta el año pasado. La deuda emitida por los estados y las empresas para poder mantener esta respiración asistida al sistema fue absorbida por los bancos centrales, que empezaron a engordar sus balances. La deuda mundial sumó en el primer trimestre de 2022 la cifra de 305 billones de dólares, según el Instituto de Finanzas Internacionales. Un récord. El Banco de España informa de que la deuda de las administraciones públicas en todo el país ha alcanzado otro récord: 1,45 billones de euros, el 117% del PIB. Toca a 30.722 euros de deuda pública repartida por cada ciudadano. Como referencia, la deuda de nuestras administraciones al inicio de 2017 era de 1,1 billón. Nadie duda de que seguirá subiendo.

Cuando gobiernos y bancos centrales esperaban iniciar la reducción de la compra de deuda y volver, lentamente, a aplicar las normas básicas de la disciplina fiscal, han regresado los temores. Poco ha durado la sensación de que 2022 sería el año definitivo de la gran recuperación. Tras la pandemia, la guerra de Putin, los controles de China para paliar los nuevos brotes del covid-19 y los efectos repercutidos en los precios de las materias primas y las cadenas de suministro han abierto un escenario ignoto. Combatir inflaciones que se van acercando en los países ricos al 10% con tipos de interés del 1%, como se espera que ocurra a lo largo de 2022, suena imposible. Subir de golpe los tipos a tasas muy superiores podría colapsar el sistema. Es inviable que pueda ocurrir. La inflación solo puede controlarse reduciendo la demanda, gastar menos, y congelar los costes empresariales, empezando por los salarios. ¿Estaremos dispuestos, como sociedad, a llevar a cabo este sacrificio ahora?

El Banco Central Europeo, con la intención de curarse en salud, ya ha anunciado que seguirá comprando deuda. Para países como España, cuya prima de riesgo ha pasado de 111 a 137 en un mes, implica un encarecimiento del precio de la deuda en el mercado secundario. ¿Quién la acabará pagando? Patadón hacia delante y que las nuevas generaciones la hereden.

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