Tengo un amigo casi 'no grato'
Ninguna medalla tiene más valor que ser nombrado 'persona non grata' por el lacismo. Yo lo intento con ganas y no hay manera
El domingo estuve de paella con mi amigo Martí, el dueño de un cámping de L’Escala al que los 'lacistas' sometieron a escraches cuando el 'procés' todavía coleaba, el pobre (el 'procés', no Martí). Además, quisieron nombrarlo 'persona non grata' en el municipio donde nació, donde trabaja y donde crea empleos. Martí confiesa que eso le dolió, cosa que a mí me sorprende, porque ninguna medalla tiene más valor que ser nombrado 'persona non grata' por el lacismo. Yo lo intento con ganas y no hay manera, en cambio Martí, que tuvo en su mano tamaño honor, lo evitó in extremis. Dios da pan a quien no tiene dientes.
Cierto es que el caso de Martí es distinto al mío, porque él ama a su pueblo, que es el de sus padres y abuelos. En cambio, para alguien a quien le importa un bledo su ciudad, su región, su país y el mundo entero, ser designado 'persona non grata', de donde sea da igual, vale por toda una vida. Nunca he tenido tarjeta, pero esta vez las imprimiría a miles, para presentarla en todo sitio al que tuviera que acudir: «Albert Soler. 'Persona non grata'». Con una tarjeta de visita así, se te abren todas las puertas. Sí que hay personas individuales a las que no soy grato, y espero conseguir que haya muchas más, pero son pobres diablos que a nadie importan. No son lo mismo que un ayuntamiento, con todo el pleno municipal decidiendo nombrarte no grato mientras uno sigue las votaciones desde la primera fila, rodeado de la familia, emocionado ante tan gran honor, al borde de las lágrimas.
Al parecer, quedan todavía ayuntamientos que nombran 'personas non gratas', supongo que de la misma manera que mantienen el derecho de pernada o los azotes en público. Pero mientras a estas dos últimas costumbres uno les imagina cierta utilidad, no acierto a comprender de qué sirve declarar no grato a alguien. Un no grato mantiene todos sus derechos, no es expulsado de la ciudad, sigue trabajando como siempre y no sufre ningún aumento en tributos e impuestos. En cambio, las risas que debe de proporcionar tal título honorífico, alegran las cenas familiares y de amigos. Nombrar a alguien 'persona non grata' no tiene otro valor que el de ofrecer diversión gratuita al galardonado. Martí se lo debería repensar y solicitar que le revisen la concesión de ese honor. Lo que nos vamos a reír.
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