El alcalde iletrado
Los artistas como Almudena Grandes están destinados a ser más longevos que aquellos que han ocupado un cargo y se han ido sin más huella que la de su sombra
Juan Cruz
Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.
Seguramente sabe, ha leído, le habrán recomendado libros, y él mismo también habrá visto, al pasar, a través de los cristales, libros bellos que invitan a traspasar la estantería. Esta vez el alcalde de Madrid, que seguramente estudió y estudia, que se fija en cosas bellas e incluso las usa o las toca, se ha portado como un iletrado, incapaz de entender la importancia que tiene una biblioteca, es decir, lo que supone en el mundo una persona que ha escrito libros, dedicada además en gran medida a la ciudad en la que él manda. Manda provisionalmente, hay que decir, porque los artistas están destinados a ser más longevos, en la memoria de los pueblos, que aquellos que han ganado unas elecciones, han ocupado un cargo en el que hicieron parte de lo que dijeron que harían y luego se han ido a veces sin más huella que la de su sombra.
Es penoso que, además de tener ese porvenir de olvido, el alcalde de Madrid vaya a dejar esta marca sin nombre que ha sido su desdén por Almudena Grandes y por su propia corporación, a la que se debe como alcalde de todos que debería ser. Aparte de ser grosero en su estampida, dejando que un acto que él debería presidir no contara con su amparo civil, ha sido grosero en la explicación de su ausencia. Dijo que el Rey le había llamado a una cena que empezaba cuando ya Joaquín Sabina se habría quitado el sombrero en homenaje a la autora que perdieron la ciudad y las letras. Untadas con mentiras las excusas son peores; además, arrastró en su cuesta abajo en la rodada a otros responsables municipales que tenían que haber estado en el Teatro Español por vergüenza de cargo. Arrastró el alcalde al ayuntamiento a un descrédito, a mi juicio ruin, pues no obedecía a un disgusto de estómago o de cabeza, sino a su real gana, la que le llevó a decir, cuando a Almudena se le otorgó la distinción que ahora se entregaba, que él no estaba tan seguro de que esta madrileña tan querida (y por él tan despreciada) no se merecía la consideración que le había hecho firmar un decreto a favor de su nombre.
Todo esto es vergonzoso, ideológico, ruin, descuidado. En el bochorno de estos días de España, el bochorno climatológico y el bochorno político, este gesto de Almeida, démosle ya nombre propio, deja fuera de juego la historia misma del ayuntamiento que fue de Enrique Tierno Galván y lo sitúa en el municipio atrabiliario de los peores munícipes de la dictadura. Ahora es momento de que esta vergüenza que sentimos los que vivimos en Madrid tenga la contrición de este hombre que se ríe como si todo fuera una broma en la que ni los nombres propios, el de Almudena, por ejemplo, reciben de él la sustancia primordial del respeto, que es el abrazo civil que merecen quienes se van despedidos por una multitud con la que él debió confundirse porque el ayuntamiento es de todos.
Ahora, en este caso, él es de nadie, y Almudena pasa a la historia como alguien que es de todos, del Ayuntamiento también, pero, ay, no del alcalde por el momento iletrado.
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