Artículo de Andrea Pelayo

Disfrutarlo o sufrirlo

La realidad es que, cuando lo pasan bien, a muchos se les olvida ponerse en la piel del otro. El sueño es frágil y la falta de empatía, demasiado dura

Manifestación de los vecinos de Ciutat Vella por el derecho al descanso y contra el botellón.

Manifestación de los vecinos de Ciutat Vella por el derecho al descanso y contra el botellón. / ELISENDA PONS

Andrea Pelayo

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Todos lo hemos pasado bien tomando algo en una terraza una noche de verano. Todos hemos vuelto de cenar fuera y nos hemos parado a hablar en la calle, con unos amigos, antes de volver a casa. Pero ay, doy fe, también hemos sido el vecino que no sabe cómo hacer compatible el calor asfixiante de Barcelona con no poder abrir las ventanas porque los gritos de la calle le obligarían a poner la tele a volumen 50 para poder escuchar alguna frase de su serie favorita; o el que tiene que levantarse a las 6.30h y no puede pegar ojo porque debajo de su balcón sigue la fiesta de madrugada.

Simplemente, es muy diferente una situación cuando la disfrutas que cuando la sufres. Cuando eres el protagonista de la diversión o cuando eres el daño colateral del gozo de otros. De eso intentan concienciar las asociaciones vecinales que, el próximo 16 de junio, han convocado una manifestación en la plaza de Sant Jaume por el derecho al descanso. Viven en las zonas más afectadas por el ruido del ocio nocturno, en lugares donde los decibelios del gentío o de la música están muy por encima de lo que recomienda la OMS para garantizar una buena salud. 

Ante la falta de sonómetros con datos oficiales, muchos vecinos se valen de apps de medición de ruido para denunciar la tortura diaria de terrazas, botellones, salidas de discoteca, 'skaters' nocturnos, músicos improvisados armados con un bongo o DJ frustrados que pinchan las canciones de su Spotify premium para toda la calle gracias a un simple altavoz 'bluetooth'. 

A pesar de todo, si eres uno de los afectados de esas “zonas tensionadas acústicamente” y protestas contra el ruido, no tarda en salir alguien que te acusa de querer que tu ciudad sea un muermo y de indicarte la puerta de salida y enviarte derechito a un pueblo. O alguien que te echa en cara que tú elegiste dónde vivir, no sin antes recordarte que los barrios 'cool' o céntricos tienen sus consecuencias.

Ante estos argumentos, me surgen muchas preguntas. Según ellos, ¿Barceloneta, Raval, Gòtic y Poblenou no deberían ser barrios residenciales? Entonces, ¿los convertimos en guetos de fiesta? ¿Y dónde mandamos a todos sus vecinos? ¿O su propuesta es que los que puedan se marchen y esas zonas queden solo para quien no pueda permitirse huir?

El debate está servido, porque las medidas a adoptar no son ni sencillas ni populares, las líneas a traspasar son finas y el equilibrio es, cuanto menos, complicado. ¿Qué representante público querría ser quien acabe con el disfrute de los demás? La realidad es que, cuando lo pasan bien, a muchos se les olvida ponerse en la piel del otro. El sueño es frágil y la falta de empatía, demasiado dura. ¿Será que los que hacen ruido no han estado nunca en su casa sometidos a la dictadura de la ventana cerrada, los tapones y los nervios de punta? ¿De verdad hace falta recordar que el derecho al descanso es sagrado y que no dormir enferma? Yo aún no conozco a nadie que se lamente, en cambio, de vivir en una calle demasiado silenciosa. 

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