Nómadas y viajantes

Trump es peor que Nixon pero a nadie le importa

El expresidente de EEUU Donald Trump, durante un acto electoral en Delaware (Ohio, EEUU).

El expresidente de EEUU Donald Trump, durante un acto electoral en Delaware (Ohio, EEUU). / Reuters / Gaelen Morse

Ramón Lobo

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Las efemérides son una oportunidad de reflexión, una pausa para medir avances y retrocesos. Hace 50 años, dos periodistas de investigación del The Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, tumbaron con información a un presidente poderoso, corrupto y peligroso llamado Richard Nixon. Eran buenos tiempos para el llamado Cuarto Poder.

Ambos reconocen en un artículo reciente que en su día pensaron que Nixon era la encarnación del mal, y que Estados Unidos disponía de cortafuegos para evitar el descarrilamiento. Una prensa libre e independiente es uno de esos contrapesos que protegen la democracia. Pero de poco sirve si los medios mercadean credibilidad a cambio de tráfico en una espiral de mentiras y bulos.

La mayoría pensó que caído Nixon desaparecía la amenaza, pero llegó Donald Trump en 2016 aupado en el todo vale que nos dejó esta atmósfera política tóxica y un Tribunal Supremo de EEUU extremado que se dispone a cercenar derechos sociales, raciales y de igualdad. No es un regreso a Nixon, es el retorno de los macartistas.

Esta vez no hay cortafuegos. La justicia ha perdido su norte y muchos medios de comunicación se han dejado arrastrar por el resplandor de las redes sociales, en las que prima la impostura. No es un mal unánime, quedan periódicos, revistas y web que utilizan los avances tecnológicos sin perder la esencia, el espíritu de tocarle las pelotas al poder, sea cual sea su disfraz.

El problema mayor es que 50 años después del Watergate dejó de existir una sociedad capaz de exigir responsabilidades. Nacieron movimientos como Me Too y Black Lives Matter que nos han puesto ante el espejo. Estos activistas se enfrentan al mismo muro de pasividad, el de una sociedad que dejó de interesarse por la verdad.

Las empresas de datos disponen de herramientas para un bombardeo masivo con mensajes personalizados, como sucedió en el Brexit. Llegan a una ciudadanía apática y desinformada.

Se da voz a personajes desmedidos que ofrecen tráfico sin importar que suelten barbaridades sobre las vacunas. Es una democracia jibarizada por un poder cleptocrático. Sin contrapesos en las instituciones y en los medios, ganan los embaucadores. Los nuevos héroes sociales son los tiktokers, no los que salvan vidas en los hospitales y en el Mediterráneo.

Hoy no caería Nixon. Hasta es posible que los procesados fueran los periodistas y su medio, como sucede con Julian Assange y WikiLeaks. Tampoco caerá Trump pese a que todo indica que su rechazo al resultado de 2020 --y el asalto al Congreso de 6 de enero de 2021 por parte de una turba de supremacistas—era un intento de golpe de Estado.

Habrá elecciones presidenciales en EEUU en 2024. El Trump que superó a Nixon en maldad será peor dentro de dos años. Hasta es posible que surja un tercer actor, como el gobernador de Florida Ron DeSantis, que rebase a los dos y que el fin de la democracia de EEUU forme parte de una futura novela de Margaret Atwood.

Sucede también en Europa. Ahí tienen a Boris Johnson que ha ganado una votación interna de su partido que lo ha dejado muerto viviente. Su antecesora, Theresa May, con un resultado menos malo, se fue a casa. No hablamos de cuatro décadas entre Nixon y Trump, sino de tres años. El deterioro galopa ante nuestros ojos. Sociedades cultas y avanzadas siguen embobadas en el juego del trilero con la bola y los tres cubiletes, como en 1930. Triunfan los Eric Zemmour en Francia o VOX en España.

Están asustadas por el cambio tecnológico, el de mayor desde la Revolución Industrial. Temen el cambio racial y cultural, por eso compran la mentira racista del Gran Reemplazo, que la sociedad blanca cristiana va a desaparecer desplazada por africanos y musulmanes.

Los latinos de EEUU, que entrarían en la categoría de "invasores", se han derechizado y abrazado las consignas de los republicanos, tal vez para ser aceptados. Es un fenómeno demoledor para los demócratas. Las elecciones legislativas de noviembre nos ofrecerán datos precisos sobre este cambio que afectará al futuro de la Casa Blanca.

Las izquierdas, sean conservadoras o atrevidas, tampoco parecen capaces de romper el muro de mentiras que domina la política. Solo los Verdes alemanes han abrazado un pragmatismo para ser útiles fuera del lenguaje ideológico. Y parece que tienen éxito. Las izquierdas llamadas radicales han copiado el sistema de transmisión de mensajes de la derecha. En ese batiburrillo de eslóganes del siglo XX ganan Fox News y sus imitadores.

Woodward y Bernstein tienen suerte haber hecho historia hace tanto tiempo, y de mantener limpia una biografía de honestidad en un mundo que aplaude a los estafadores.

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