La otra lucha del calor

Ruido en la ciudad que nunca duerme

Los estudios científicos que denuncian los daños de la contaminación acústica se multiplican a la vez que crece la contestación en los barrios más afectados por noches ruidosas

Casi 140 colegios y ambulatorios sufren el ruido del tráfico de la red viaria autonómica

Casi 140 colegios y ambulatorios sufren el ruido del tráfico de la red viaria autonómica

Carol Álvarez

Carol Álvarez

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Qué clase de física del sonido está detrás de que oigas más ruido con las ventanas cerradas que cuando están abiertas. ¿El sonido exterior viene de otro piso? ¿Es de un balcón de un patio interior y rebota en las paredes de los edificios?¿La insonorización de las ventanas es muy costosa? Son las tres de la mañana y en cientos de dormitorios hay personas dándole vueltas a explicaciones para un fenómeno que les quita el sueño, quizá el mismo bucle mental en el que entran es más molesto que el sonido en sí. Llega la primera ola de calor y aún no hay cifras sobre cómo van las ventas de tapones para los oídos, y un contador imaginario echa humo con las cuentas que hacen las familias para calcular lo que cuesta la luz que dará vida al aire acondicionado en el verano tórrido que tenemos a las puertas, si tenemos que cerrar las ventanas. 

En esta frenética búsqueda de soluciones hemos entrado en el terreno del absurdo, empujados por la imaginación. Combatir el ruido con ruido. No va de a ver quién pone la música más alta para disuadir al otro, pero algo hay de esta lógica de choque: el ruido blanco y todo un negocio que se levanta en los últimos años a su alrededor promete conciliar los sonidos que nos rodean en una armonía que abre un corredor seguro para nuestra vida cotidiana. Sonidos que neutralizan aquellos que molestan, y que permiten, por ejemplo, que el retorno a las ruidosas oficinas tras meses de teletrabajo en solitario no sean tan traumáticos, que los bebés puedan dormir por las noches, que la concentración perdida regrese. Cientos de miles de oyentes se descargan aplicaciones y podcasts en torno al fenómeno del ruido blanco, que ya ha creado una industria en Spotify.

Convivimos con el ruido hace mucho, pero es ahora cuando más nos estamos quejando de sus molestias: los estudios científicos que denuncian el daño al medio ambiente pero también al desarrollo neurológico y emocional de las personas se multiplican, y crece la contestación en los barrios más afectados por noches ruidosas. El último estudio conocido se centró en analizar durante todo un año, en 2012, los efectos del tráfico en los niños y niñas en edad escolar en 38 escuelas de Barcelona. El equipo de investigadores del Instituto Isglobal de Barcelona estudió el desarrollo en memoria y aprendizaje de casi 3.000 estudiantes de entre 7 y 10 años, y determinó que habían sufrido un retroceso por el perjuicio causado por el ruido y la polución a la que estaban sometidos a diario. 

Hemos catado el silencio en la ciudad durante mucho tiempo tras inéditos toques de queda de pandemia, hemos acariciado otras noches posibles, y ahora nos rebelamos ante la imposibilidad de tenerlo todo: la calma y el jolgorio en una conciliación perfecta, el descanso y la actividad económica en un encaje horario para todos los gustos en una ciudad que vuelve a no dormir. Nueva York es la ciudad que primero se granjeó el sobrenombre, cuentan que a raíz de la construcción de la más potente planta de electricidad en las afueras para garantizar el suministro 24 horas a sus habitantes. Entonces no se imaginó nadie que hasta para dormir uno necesita la electricidad que da energía al ventilador porque hemos de cerrar ventanas para que no entre el ruido. 

Sí que fue visionario un alemán, en nuestro lado del Atlántico, hace pronto cien años: el reconocido como primer filósofo alemán anti-ruido Theodor Lessing, que acaba de salir del olvido a partir de la publicación en su país de origen de unos escritos suyos de los años 30 en los que calificaba el ruido como una venganza de clase: hacen ruido los que trabajan, los que consumen, ante quienes tienen el privilegio de estar parados y dedicarse a la contemplación u ocupaciones elevadas que requieren concentración e inspiración. Lessing despreciaba el ruido, como pensador ‘molestado’, naturalmente, y ya puso también el dedo en la herida que iba a causar la crisis climática en el futuro si no cambiábamos nuestra dinámica de funcionamiento, esa rueda que no deja de dar vueltas con su molesto chirrido.

Suscríbete para seguir leyendo