Décima avenida

Atascos en la AP-7: Caravanas de irracionalidad

La AP-7 ya es como las Rondas de Barcelona: saturada, basta una incidencia para bloquearla

AP-7, retenciones de hasta 16 kilómetros hasta El Papiol.

AP-7, retenciones de hasta 16 kilómetros hasta El Papiol. / Ferran Nadeu

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

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De pequeño, jugaba a las caravanas en el salón de casa. Sobre las baldosas, desplegaba en fila mi escudería de coches de juguete creando una serpiente multicolor (el término lo robaba de los resúmenes de la Vuelta a España de ciclismo de después del Telediario, todo vale en la infancia) que avanzaba milímetro a milímetro. Los responsables –los culpables– de la caravana eran los camiones, por supuesto, quiénes si no, grandes vehículos de plástico con gruesas ruedas que intimidaban a mis réplicas de automóviles. Durante horas –el reloj, en la niñez, tiene sus propias reglas y las rodillas entonces lo aguantaban todo– la caravana se desplazaba, sinuosa, por los recodos del salón. Hasta que la paciencia se agotaba, el aburrimiento prendía, y la larga fila llegaba a la autopista, cuyo inicio marcaba la junta de una baldosa y una barrera de Tente. Entonces, los reprimidos coches se desplegaban por el suelo, uno, dos, tres, cuatro, cinco carriles por baldosa, aceleraban y dejaban atrás a los odiosos camiones, más allá del sofá. 

El juego estaba basado en hechos reales, en los largos viajes en coche de Barcelona a Andalucía en los años anteriores al 92, trayectos en carreteras de un único sentido de la marcha en las que los camiones eran los mensajeros del tedio, los culpables de las temidas caravanas. En aquellos viajes de los 80, superar Valencia de vuelta a Barcelona significaba acceder a la autopista, que entonces se llamaba A-7, un mundo de varios carriles en el que las caravanas se concentraban en los peajes. Mi padre se quejaba del precio del peaje, pero para el niño que era la autopista no tenía precio, y eso que aún no conocía a Kerouak, ni la Route 66, ni las road movie, ni había escuchado aún a Loquillo –"Gas a fondo, pon la distancia ante mí, siempre hay lugar donde ir, en la autopista"– ni a Christina Rosenvinge: "Y en la autopista las rayas bailan, como coristas de cabaret. Las patrullas de carretera pintan panteras en el arcén". 

2,3 atascos diarios

No sé cómo contaría al niño que fui que hoy la A-7 se llama AP-7, que las casetas naranjas de los peajes ya no existen y que la autopista es una gran caravana en la que se dan 2,3 atascos diarios desde que dejó de ser de pago en septiembre. «La AP-7, da igual la hora y cuándo lean esto, está atascada», ha escrito Carlos Márquez Daniel en este diario, y yo no sé qué hacer con mis cinco carriles por baldosa y mi barrera de Tente. En menos de un año de gratuidad, la vía ¿rápida? ha tocado techo, según admite el Servei Català de Trànsit. Ten cuidado con lo que deseas, no sea que se cumpla, qué fábula escribiría Esopo sobre aquellos que tanto soñaron con la abolición de los peajes en Catalunya y ahora maldicen la caravana casi permanente del Ebro hasta La Jonquera. La A-7, le diría a mi yo infantil, se ha convertido en la ronda de Barcelona, algo que aún no sabes lo que es pero que, de mayor, mejor que intentes evitar tanto como puedas si tienes prisa para llegar a algún sitio.

No es plan de pedir el regreso de los peajes, aunque el espectro de las viñetas está muy presente. Se trata de centrar el debate cuando hablemos de soluciones. De entrada, cabe preguntarse cuál es el problema a solucionar: ¿los atascos o la movilidad norte sur de Catalunya y la entrada y salida de Barcelona?

Sobre la mesa hay algunas propuestas para aliviar (que no solucionar) los atascos: limitar el acceso de camiones, prohibirles que adelanten, reducir la velocidad máxima a 11o km/h (suena a recochineo), agilizar el desbloqueo de la vía cuando se produzca un accidente... Son tiritas de la hemorragia mayor: ¿cómo debe ser la movilidad en plena transición ecológica?

Lo sabe hasta el niño que fui: nuestro fuerte como sociedad no es pensar en el largo plazo. Pero alguna vez habrá que empezar. El tráfico en Barcelona y sus accesos vive en perpetuo atasco, con las vías al límite, cualquier incidencia convierte el asfalto en un infierno. El coche, y su contaminación, no desaparecerán por mucho que se esconda bajo la alfombra, puesto que la necesidad de usar el vehículo ante la falta de alternativas es mayor que todos los obstáculos que a las administraciones se les ocurra. David Flores García, lector de Badalona, lo resume muy bien en una carta enviada a Entre Todos en la que explica que para cubrir una distancia de 8 kilómetros en transporte público hacia Barcelona necesita dos horas ida y vuelta. Coge el coche, claro. 

«Iluso», dicen muchos si alguien habla de transporte público y ferrocarril cuando ve el atasco sin fin en la AP-7. Lo que es una ilusión es pretender que este modelo irracional y suicida de movilidad tiene algún futuro.  

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