Un país de ingratos
En 30 años hemos pasado de organizar unos Juegos Olímpicos que asombraron al mundo a que descarrile una candidatura conjunta entre Catalunya y Aragón
Carles Francino
Periodista
"Soy dolorosamente nostálgico. Me lo tendría que hacer mirar”. No es usual que alguien admita su querencia hacia lo que muchos consideran un sentimiento trampa, o un síntoma de debilidad. Pero Pedro Simón es un zamorano con las ideas claras en el periodismo, un gran contador de historias en 'El Mundo'; y sin muchas manías para desnudar el alma a través de la literatura. Dado que los libros no caducan, he devorado con ganas 'Los ingratos', que le valió hace un año el premio Primavera de novela. Me resulta imposible no percibir en sus páginas el aroma de un paisaje rural en verano, pachangas en cualquier era que se pusiera a tiro, incursiones al río de turno, trastadas que desesperaban a padres o vecinos, y cabronadas a animales que hoy, de conocerse, serían -justamente- castigadas con linchamiento en las redes.
'Los ingratos' es un tierno tratado de honestidad, entre el homenaje y la culpa, sobre aquellas personas que marcan nuestra infancia, pero a las que casi nunca ponemos en valor. Hasta que es demasiado tarde. Tiene razón Pedro cuando enfatiza que “aunque tengas dinero para viajar por todo el mundo, nunca podrás regresar a esos lugares”. Y debe ser porque ya estoy mayor, pero algo así me ocurre no solo con el álbum particular de recuerdos sino con la memoria colectiva. Ignoro si eso me convierte en otro nostálgico enfermizo, pero siento que este país era bastante mejor. En 30 años hemos pasado de organizar unos Juegos Olímpicos que asombraron al mundo a que descarrile una candidatura conjunta entre Catalunya y Aragón. La ocurrencia del 'procés' nos ha fracturado. Las élites españolas han recuperado su perfil más centralista y retrógrado. Pero es que además se pelea por todo, nadie cede ni un ápice, se grita, se insulta, se ningunea al que no piensa igual, se le convierte en enemigo. Y no hablo solo de la política. El espíritu cainita que arrastramos como una especie de tara congénita se reivindica a diario. Sí, somos ingratos. Por eso algunos nos refugiamos en la nostalgia. No es tan moderna como el metaverso, pero a veces funciona.
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