Artículo de Andreu Claret

El congreso a la búlgara de Puigdemont

Todo el mundo sabe que Junts es hoy una abigarrada macedonia política e incluso ideológica. Hasta las elecciones municipales no sabremos si puede ser algo más

Carles Puigdemont durante una conferencia de prensa en Bruselas.

Carles Puigdemont durante una conferencia de prensa en Bruselas. / .44933142

Andreu Claret

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Por el momento, lo único significativo del congreso que Junts per Catalunya celebra mañana en el sur de Francia, es que los seguidores de Carles Puigdemont se reunirán en Argelers, donde unos 100.000 republicanos españoles fueron hacinados en 1939, tras huir de la España de Franco. Será inevitable que los herederos de Convergència Democràtica aprovechen la circunstancia para establecer paralelismos entre la situación en la que viven algunos de sus dirigentes en Waterloo y el exilio que padecieron decenas de miles de familias republicanas. Tan inevitable como bochornoso. La primera noche que mi madre pasó en Argelers, cuando tenia 15 años, tuvo que cavar un hueco en la arena húmeda para dormir, acurrucada con su hermano menor para protegerse del frio y el viento de aquel invierno criminal. No creo que ninguno de los asistentes al congreso de Junts tenga que acomodarse de esta suerte. Mi madre llegó a Argelers caminando con su familia desde Manresa, perdida en aquel éxodo dantesco de medio millón de desheredados. Supongo que la mayoría de los ‘junteros’ lo harán con sus coches. Podría llevar esta funesta comparación hasta el final del artículo, contando que mi madre llevaba un silbato hecho con unas cañas colgado del cuello, para activarlo en caso de que algún guardián intentara violarla, pero no hace falta. Espero que Puigdemont y los suyos se contengan, y no insulten la memoria de quienes pasaron un par de años en aquel campo, en condiciones infames.

Hablemos del congreso de Junts per Catalunya. Mejor hubiese sido celebrarlo en un pueblo de Bulgaria, donde las falsas unanimidades no llamarían tanto la atención como en Argelers. Todo el mundo sabe que este partido, o movimiento, es hoy una abigarrada macedonia política e incluso ideológica. En él conviven liberales que sueñan con volver a los viejos tiempos de Jordi Pujol, y que tienen la independencia en el baúl de los sueños o las frustraciones, populistas vagamente socialdemócratas, y los que tienen como única divisa política el ‘lo volveremos a hacer’, aunque no sepan ni cuándo, ni cómo. Con estos mimbres, sería de esperar que el encuentro de Argelers tuviera más de aquelarre político que de misa celebrada por el hombre de Waterloo. Temerosos de que pudiera ocurrir, los organizadores han dividido el congreso en dos partes: la de mañana, destinada a amarrar los cargos y otra, en julio, para debatir el qué. Curiosa forma de proceder, contraria a lo que sugiere el sentido común: primero se acuerda la política, y luego el equipo encargado de llevarla a buen puerto. 

En Argelers será al revés. Primero se decidirá quién lleva las riendas del partido, tras la decisión de Puigdemont significativa de retirarse de la primera línea, y luego, ya verán. Dependerá de cómo esté el patio a unos meses de las elecciones municipales, donde Esquerra Republicana tiene las de ganar en muchos de los antiguos feudos convergentes. Fijado de esta suerte el calendario, podría por lo menos haber un debate sobre cargos, que suele ser una manera vergonzante de hablar de política, pero Puigdemont ha preferido amarrar las cosas, ungiendo un ticket tan imbatible como frágil: Laura Borràs como presidenta y Jordi Turull como secretario general. Una independentista de primera línea, como cara visible del proyecto, pero pendiente de la decisión de la justicia sobre contratos públicos fraccionados cuando presidía el Institut de les Lletres Catalanes, y un hombre gris para controlar el aparato del partido. 

Agustí Colominas, director del 'think tank' creado por Puigdemont para nutrir de ideas su fantasmagórico Consell per la República, ha recurrido a una comparación con el PSUC, tan bochornosa como lo de Argelers. Colominas pretende que Junts sea 'el Partido' de los independentistas, así como el PSUC fue 'el Partido' de buena parte de la oposición antifranquista a partir de los años sesenta. Para él, Junts debe ser el partido de las dos “P”, Patria y Progreso, obviando que otros aspiran a llenar este espacio. Pero lo de la “P” debe responder a un reflejo freudiano, porque si algo es Junts, es el partido de la “P” de Puigdemont. El problema es que, por el momento, solo es eso. Hasta las elecciones municipales no sabremos si puede ser algo más. 

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