Orbán en la jungla
Para una vez que los 26 consiguen convencer a Alemania de que haga algo que no quiere hacer (y que además, le perjudica económicamente), va el malo de Viktor y nos bloquea el llamado sexto paquete de sanciones europeas, el más importante hasta el momento
Camino Mortera-Martínez
Investigadora en el Centre for European Reform
Los misterios de la Unión Europea son muchos y variados: ¿qué es la comitología? ¿Para qué sirve un triálogo? Y, sobre todo: ¿cuál es la diferencia entre el Consejo Europeo, el Consejo de la Unión Europea y el Consejo de Europa?. Pero, en los últimos meses, todas esas preguntas se quedan cortas al lado de la que es, quizá, la duda más extendida en los pasillos de Bruselas: ¿en qué piensa Viktor Orbán?
Al primer ministro húngaro, como a las folclóricas, le encanta alimentar el misterio. Tenaz líder anticomunista, llegó al poder poco después de la caída del muro de Berlín con un mensaje ferozmente antisoviético. Treinta años después, es el mejor amigo del nostálgico Putin dentro de la Unión Europea. La lógica dicta que Orbán, como los demás líderes del llamado Grupo del Visegrado (que aglutina a Polonia, Hungría, Eslovaquia y la República Checa), debería estar en la primera línea de la resistencia europea a los delirios expansionistas del camarada Vladímir Vladimirovich, aunque solo sea porque en la lotería de las invasiones rusas, Hungría tiene muchas papeletas de ser el siguiente agraciado.
Y sin embargo, sin embargo (al petróleo) ha tenido Orbán a la Unión Europea durante este último mes. Para una vez que los 26 consiguen convencer a Alemania de que haga algo que no quiere hacer (y que además, le perjudica económicamente), va el malo de Viktor y nos bloquea el llamado sexto paquete de sanciones europeas, el más importante hasta el momento, porque incluye al todopoderoso petróleo ruso.
En el consejo europeo de principios de esta semana, los jefes de estado y de gobierno consiguieron que Orbán dejara de vetar las medidas anunciadas a bombo y platillo por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en el Parlamento Europeo hace ya más de un mes. Aquí igual habría que hacer un inciso para recordar que ni Von der Leyen, ni Charles Michel ni Josep Borrell, por mucho que sean las caras visibles de la resistencia europea al invasor, tienen el poder de imponer sanciones a nivel europeo o de decidir cuándo y cómo se mandan armas a Ucrania. Eso es cosa de los estados miembros, y por eso, últimamente tenemos cumbres europeas cada dos o tres semanas.
Así que, aunque parezca que la Unión Europea lleva un mes paralizada por culpa de Orbán y su veto a un embargo europeo al petróleo de Putin, la realidad es que este sexto paquete de sanciones ha sido una gran victoria de la UE en su estrategia para parar (es decir, ganar) esta guerra absurda. Desde que se adoptara el primer paquete de sanciones en esta ronda (recordemos que la UE ya había sancionado a Rusia anteriormente por la anexión de Crimea), todos los gobiernos sabían que la parte más difícil estaba por llegar. La única forma de darle a Putin donde en realidad le duele (como a muchos, en la cartera, como a pocos, en la cartera que financia la guerra) era cortar de raíz el suministro de millones de euros a cambio de gas y petróleo. Pero quitarse del gas y el petróleo ruso cuando uno es más adicto que Johnny Depp a los opiáceos no es nada fácil. Algunos países, como Alemania, Italia y Hungría, tienen un problema de adicción peor que otros.
La estrategia es clara: empecemos por lo fácil (el carbón), sigamos por lo difícil (el petróleo) hasta llegar a lo imposible (el gas). La idea de escalonar las sanciones para poder modular la respuesta de la Unión dependiendo de la intensidad de las agresiones de Putin de momento está dando resultado. Muy a pesar de Viktor, que empezó estas negociaciones pidiendo que se desbloquearan los fondos de recuperación húngaros que la Comisión Europea mantiene congelados y recibió como respuesta un procedimiento disciplinario más (el llamado mecanismo de condicionalidad, que permite a la UE retener fondos si se demuestra que un país usa dinero europeo para actuar en contra de los valores de la UE).
Al final, Viktor, como las folclóricas, hizo mutis por el foro pero no sin antes dar un último golpe con su bata de cola: el paquete de medidas incluía sanciones al patriarca de la iglesia ortodoxa rusa, que Orbán ha conseguido bloquear. Vaya usted a saber en qué piensa Orbán. Quizás le gusta el mantón del patriarca.
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