Tribuna de Ruth Ferrero-Turrión

La Unión Europea busca su estrategia

No hay ni un atisbo de un diseño estratégico autónomo europeo e independiente de terceros. La prueba más evidente es la ampliación de la OTAN con estados europeos que se prepara cara a la Cumbre de Madrid

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. / JOHN THYS

Ruth Ferrero-Turrión

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Como una exhalación han transcurrido ya cien días desde el comienzo de la invasión de Ucrania. Durante este tiempo Rusia ya ha conseguido el control, según declaró Zelensky, del 20% de todo el territorio ucraniano. También ha logrado que Occidente trabaje unido para contrarrestar el ataque. Pero, sobre todo, ha conseguido que la OTAN encuentre una razón clara para continuar existiendo. En breve parece que contará con dos miembros más, Finlandia y Suecia, que incrementaran sus capacidades militares y sus fronteras con la Federación rusa. La asertividad rusa también ha provocado una aceleración de los procesos de militarización de las sociedades europeas que ahora ya no titubean y deciden sumarse a proyectos de incremento de la seguridad y la defensa ante el temor de una potencial amenaza procedente del Este.

También se observa un progresivo desacoplamiento de economías antes globalizadas que ahora se repliegan conformando bloques enfrentados entre sí. El proceso de desglobalización ya en marcha desde hace años se profundiza cada vez más. Las sanciones económicas y energéticas, sin duda, aceleran este proceso del que saldrá un nuevo orden global.

Y en esta coyuntura, la Unión Europea continúa buscando su sitio. Perdió el ritmo hace tiempo. La manera en que se realizaron los procesos de desindustrialización y financiarización de su economía la dejaron maltrecha durante la pandemia. Y si bien supo reaccionar dando un giro de 180 grados en su política económica, lo cierto es que las crisis se le acumulan de manera alarmante. La guerra en Ucrania ha sido un nuevo golpe que todavía se intenta asimilar y al que durante las semanas que llevamos de conflicto se ha conseguido dar una respuesta sin precedentes en el ámbito comunitario. Los paquetes de sanciones adoptados por los Veintisiete no tienen precedentes en la historia de la Unión, ni por su alcance ni por la rapidez con la que han sido adoptados. Aunque son considerados insuficientes por los más críticos. De hecho, el resultado del último Consejo Europeo ha dejado con mal sabor de boca a aquellos que querían continuar en la senda anterior. El paquete de sanciones contra la importación del petróleo ruso ha quedado descafeinado. Los países sin salida al mar y, por tanto, con más dificultades para acceder al petróleo procedente de otros suministradores, han conseguido quedar fuera del embargo al petróleo ruso. La voz cantante en la negociación la ha llevado Hungría que, de nuevo, ha vuelto a saber jugar sus cartas en la arena europea. No solo ha logrado no tener que cerrar sus importaciones, sino que también ha conseguido que el patriarca ruso Kiril haya quedado fuera del paquete sancionador. La unanimidad ha vuelto a jugar a su favor. 

Pero más allá de estas cuestiones que inciden en la complejidad del proceso de toma de decisiones europeo, lo que no parece que todavía esté muy claro es el objetivo estratégico de la UE. Por el momento, se ha visto como efectivamente se han llegado a acuerdos de calado, pero no hay ni una sola línea sobre la estrategia a seguir más allá de las soflamas recurrentes sobre una Europa que hable el lenguaje del poder. Por supuesto se habla de la necesidad de incrementar el gasto en materia de seguridad y defensa de los estados de manera coordinada, siempre en el marco de la OTAN. Pero no hay ni un atisbo de un diseño estratégico autónomo europeo e independiente de terceros. De hecho, la prueba más evidente de esto es la ampliación de la OTAN con estados europeos que se prepara de cara a la Cumbre de Madrid.

Los bloques en el interior de la UE se están alineando entre los que abogan por más cercanía a Washington, y que, curiosamente, trabajan mano a mano con el Reino Unido en la creación de un eje atlantista europeo, y los que defienden la necesidad de una mayor autonomía estratégica europea. De un lado, Escandinavia, bálticos y países del Este europeo; del otro, los países impulsores del proyecto europeo. Y esto es muy relevante, puesto que Washington no ha perdido en ningún momento la perspectiva y sabe que la construcción de una alianza sin fisuras con la UE es esencial para alcanzar otros objetivos estratégicos más allá de Europa, algo que no necesariamente tiene por qué beneficiar a la propia Europa.

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