El desliz | Artículo de Pilar Garcés

Piropos y muestras de admiración

Según la ultraderecha, el feminismo, en su avance imparable, tiene la culpa de que a las señoras ya no les digan requiebros desde los andamios y las terrazas a la hora del carajillo

Las calles se vuelven a teñir de morado pese a la división del feminismo

Las calles se vuelven a teñir de morado pese a la división del feminismo

Pilar Garcés

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Esperábamos el otro día en un paso de peatones servidora y una chica jovencita en ropa de deporte, a quien el tráfico de la autopista había interrumpido en su atlético entreno. «Chochoooooooooo», le gritó un tipo al volante de una furgoneta de servicios, mientras se inclinaba peligrosamente hacia la ventanilla contraria. Hasta tal punto se exaltó en su alarido, que el compañero que viajaba en el asiento del copiloto le tuvo que enderezar de un golpe el volante evitando que se subiera al bordillo, invadiera el jardín y se estampara contra una farola cercana. «Uy, por los pelos. Qué pena, ¿no?», me dijo la muchacha guiñándome el ojo. «Pues sí. No siempre funciona la selección natural de las especies», le respondí mientras la veía reemprender la carrera. Hubiera estado bien que el exabrupto machirulo acabara en una buena castaña. Sin víctimas, pero con un parte al seguro, un par de horas esperando al sol, la grúa, la bronca del jefe, las miradas asesinas del colega que ya no llega a recoger a su hija a la guardería y media docena de clientes cabreados sin sus reparaciones. Seguro que se inventaría algo como ‘un despiste’ para explicar un accidente y nunca contaría la verdad: que le ocurrió por ser un bocazas invasivo. Pero la justicia poética es tan escasa como la otra. De manera que el patán siguió su camino sintiéndose un hombre con suerte, desbordante de gracejo, que reparte ingenio y lisonjas con generosidad. Para qué perder el tiempo en explicarle que pertenece a una especie en vías de extinción, la del penoso perpetrador de piropos

En su nostalgia de todo lo que huela a moho, la ultraderecha rampante lo mismo te reivindica a Franco que a Esteso y Pajares, el NoDo que aquellas españoladas que nos atormentaban en la tele en blanco y negro. El feminismo, en su avance imparable, tiene la culpa de que a las señoras ya no les digan requiebros desde los andamios y las terrazas a la hora del carajillo. Lo expresó, confundiendo el tocino con la velocidad, la diputada de Vox Carla Toscano en el Congreso, mientras se discutía el contenido de la ley del 'solo sí es sí', o sea, la norma que pretende atajar las agresiones sexuales que sufren las mujeres. «A mí me da pena no oír por la calle aquel ‘dime cómo te llamas y te pido para reyes’ o ‘ese es un cuerpo y no el de la guardia civil’. Es una pena que su odio a la belleza y al hombre hagan perder esas muestras de admiración», soltó. Por lo visto, la parlamentaria tiene la autoestima baja. No me extraña, con el personal de que se rodea, todo el día chapoteando en ideas inmorales, racistas, homófobas y misóginas. Cobrar un sueldazo de dinero público por empeorar la política, dedicarse a mentir a la ciudadanía y despreciar el sufrimiento de sus congéneres pasa factura. Con semejante trabajo, cualquiera no se mira al espejo y se ve espantosa, rebosante de radicales libres y con la epidermis apagada, y añora que un desconocido le suba la moral chillándole una galantería en la vía pública. Que puede ser las horteradas castizas que ella apuntaba, o «chocho», pues no siempre tienes la suerte de toparte con un filólogo. Hay otras maneras de despertar ‘muestras de admiración’ que no pasan por resucitar atavismos machistas. Abandonar el fascismo como modo de vida es una. Si la diputada lo prueba tal vez escuche un ‘ole tu conciencia’ que ni siquiera necesitará, porque ya se sentirá la reina del mambo.

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