Artículo de Jordi Nieva-Fenoll

Sin Whatsapp se vive (mejor)

Depende de nosotros mismos hacer –o no– realidad un Gran Hermano que ha venido en una forma que jamás imaginamos

La 'app' de Whatsapp, una de las más utilizadas del mundo.

La 'app' de Whatsapp, una de las más utilizadas del mundo. / periodico

Jordi Nieva-Fenoll

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Llevo ya un año y medio sin WhatsApp, Facebook e Instagram. Desaparecí de los tres lugares a la vez pues era la misma empresa haciendo lo mismo en tres formatos diferentes: ofrecer un servicio para que sus usuarios compartan información –fotos, mensajes, localizaciones, gustos, etc.– a cambio de ir recogiendo, como una red, no social, sino de arrastre, muchísimos de nuestros datos, no solo los explícitamente compartidos por el usuario con su comunidad de 'amigos'.

Era consciente de los problemas que darme de baja podría comportarme. Algunas personas lo tendrían un poco –muy poco– más difícil para comunicarse conmigo. Abrí un perfil en Signal, plataforma mucho más escrupulosa con la recolección y uso de esos datos, con lo que obtuve un servicio prácticamente idéntico a WhatsApp. ¿Por qué lo hice? Existía una recomendación de la Comisión Europea de mayo de 2021 que, por haber detectado graves problemas de seguridad en WhatsApp, recomendaba migrar a Signal. Por tanto, mis observaciones como usuario se veían refrendadas, no por cualquiera, sino nada menos que por la Comisión Europea. Tenía que irme de WhatsApp.

Más allá de eso, hay dos motivos en mi decisión que no se suelen enunciar y que creo cruciales. El primero es la total descompensación entre los beneficios que recibe la empresa y los que recibe el usuario. WhatsApp (y Facebook e Instagram) estaban recopilando una cantidad ingente de datos personales míos para luego revenderlos con finalidades comerciales a empresas que buscan definir objetivos de negocio, es decir, saber a quién vender un producto y cómo, haciendo un estudio de psicología social y de mercado con una potencialidad inédita en la historia. Con ello, la empresa de Zuckerberg gana unas cantidades de dinero astronómicas, y a cambio a mí me ofrecen un servicio de mensajería gratis –faltaría más–, que puedo obtener con otras empresas sin que obtengan tantísimo beneficio económico con cero compensación a mi persona. En pocas palabras, llegué a la conclusión de que WhatsApp debería pagarme por utilizar su servicio, y no precisamente poco, dadas las ganancias de la empresa. Era una cuestión de pura justicia.

El segundo motivo es más complejo de entender, pero mucho más inquietante. No tengo la certeza de que todos esos datos míos recolectados no se vayan a vender o compartir con organismos políticos y hasta militares. Me preocupó enormemente lo que algunos pudieron hacer con Facebook para manipular su funcionamiento provocando la victoria de alguien como Donald Trump, favoreciendo la difusión de noticias falsas que Facebook no controló debidamente y que influyeron decisivamente en la intención de voto, falseando la democracia. Es posible que, tras ese fiasco, Facebook haya mejorado sus controles pero, al margen de ello, me di cuenta de la capacidad enorme que tenía una red social para alterar voluntades colectivas, hasta el punto de poder llegar a manipular conciencias a nivel global. Y llegué a la conclusión de que no deseaba darle ese poder a quien ya, sea como fuere, lo había usado indebidamente.

Y por supuesto, eso me puso en guardia frente al resto de redes sociales. Controlo mucho lo que comparto y no olvido que lo que veo o leo puede ser una manipulación propia de ‘Matrix’, como si al conectarme a una red me introdujera de repente en un mundo paralelo que no es real, pero que sentimos como íntegramente real, sin serlo. Así lo vivo desde entonces, lo que me ha dado una distancia tremenda respecto de lo que encuentro en las redes.

Estas reflexiones también me han prevenido de entrar en otras redes sociales. Y es que todas esas redes son un invento extraordinario para que los seres humanos potenciemos de manera espectacular lo que tanto nos ha hecho evolucionar: compartir información. Pero no se lo pongamos tan fácil a Gobiernos, organismos o personas individuales con poder monetario inmenso para hacernos vivir una realidad ficticia manipulándonos, trabajando en su exclusivo interés económico o político. Depende de nosotros mismos hacer –o no– realidad un Gran Hermano que ha venido en una forma que jamás imaginamos. No es difícil evitarlo si nos ponemos manos a la obra de inmediato. Basta con un par de clics para darse de baja de ‘Matrix’.

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