EEUU: un sistema enfermo
El país que a menudo da tantas lecciones a los otros prefiere el negocio de las armas a la protección de la vida
Ernest Folch
Editor y periodista
Ernest Folch
Lo más sorprendente del reciente tiroteo en una escuela de Texas, que acabó con la vida de 19 niños y sus dos profesoras, es que haya causado tanta sorpresa. Porque este terrible suceso que ha conmocionado el mundo es más o menos una rutina en un país, Estados Unidos, en que solo este año llevamos ya 212 tiroteos masivos, lejos todavía de la cifra monstruosa de 693 de 2021, en que murieron más de 45.000 personas de heridas de bala: la muerte por armas de fuego es ya la primera causa de mortalidad entre los menores de edad. La paradoja es que, tras la masacre de Texas, salió el propio presidente Biden a reclamar que "hay que actuar para acabar con las armas de fuego", pero no es la primera vez, ni será la última, que el mismo presidente muestra su impotencia para regular algo tan elemental como la compra de pistolas. Ya le sucedió a Obama, que fracasó reiteradamente en su intento de sortear el Congreso para imponer duras restricciones en la compra de armas. Si los presidentes demócratas fracasan una y otra vez en esta reforma (como en tantas otras de carácter social) no es solo por una cuestión aritmética de los votos en el Congreso, sino por una cultura profundamente arraigada y que corroe lentamente la sociedad que se autodenomina la más avanzada del planeta.
Es muy significativo que, tras la terrible muerte de los 19 niños en Texas, el primer gran debate mediático no ha sido prohibir las armas sino reprochar a la policía haber llegado demasiado tarde: es decir, la idea no es que hay que erradicar la violencia sino combatirla con más violencia. Este fin de semana, justo en Houston, se celebraba, como si nada hubiera sucedido, la feria anual de la Asociación Nacional del Rifle, en la que pueden entrar niños a probar armas sin ninguna restricción. De hecho, si hay tanta resistencia a admitir que el gran culpable de los asesinatos son las armas, que el asesino de Texas, más que un asesino, es un víctima más del sistema, y que sin armas sencillamente moriría mucha menos gente, no es porque los que lo niegan sean imbéciles sino porque las armas, como tantas otras cosas, son un fabuloso negocio. No es solo una cultura de la violencia, es una cultura de la violencia entendida como un negocio. Curiosamente, los republicanos que ahora aprietan para paralizar la ley del aborto prefieren las armas a la vida, o mejor dicho, el negocio de las armas a la vida. Estados Unidos sigue siendo un país con un extraordinario dinamismo y con una envidiable capacidad de atraer talento de todo el mundo, pero socialmente emite síntomas inequívocos de estar gravemente enfermo. En nombre del capitalismo, no solo se priorizan las pistolas a la vida: el sistema sanitario es tan excluyente, privado y elitista, que la sanidad universal gratuita es inexistente y casi un 10% de la población sencillamente no puede apagarse ningún tratamiento. De la misma manera, y por el mismo motivo, más de 45 millones de estudiantes universitarios acumulan más de 1,5 billones de deudas que arrastrarán, como una hipoteca adicional, el resto de sus vidas. El país que odia la regulación y que es la cuna del pretendido mercado libre está siendo devorado por su propio culto al dinero, al individualismo y a la competitividad más exacerbada. Estaría bien que estos americanos que, al estilo de Trump, dan tantas lecciones a tantos otros países sobre cómo organizarse, empiecen a ocuparse de su propio desastre. La matanza de Texas, más que un accidente, es un síntoma de una gangrena social cada día más preocupante.
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