Opinión | Apunte

Josep Maria Fonalleras

San Teutbaldum

Bernabéu

Bernabéu / REAL MADRID

Como barcelonista hay al menos dos maneras de asumir la 'decimocurtuá' (como titulaba 'Marca' en un exceso triunfal del periodismo lúdico-lingüístico). De hecho, la primera es no asumirla, no asumir el éxito de los merengues, como contaba hace unas semanas a raíz de la sobrenatural manera en que el Madrid se cargó al City. El Madrid no existe. Nos levantamos el domingo y hacemos ver como si no hubiese pasado nada. Con variantes. Quizá la mejor es la de mi amigo Josep Domènech, que me escribe así: “La Champions es una competición que, si cada año ganan los mismos, perderá todo su prestigio”. El Madrid sigue ahí, claro, como una espinita clavada en el corazón, “pero tanto da”, añade Domènech, “que sean 13 o 14; a estas alturas tanto da”. En el otro lado de la balanza, mi yerno, que está en las antípodas (es del Madrid) y que celebró la Champions dando vueltas (saltando y ejecutando cabriolas en solitario) alrededor de un lago de nombre muy lejano, después de haber sufrido como nadie mientras escuchaba el partido por la radio. 

Nuestra derrota vicarial

La segunda manera de encajar la derrota del Liverpool (nuestra derrota vicarial) es estar atento a los detalles y procurar establecer una relación de causa/efecto entre dos circunstancias que, a ojos de los mortales, no tienen una explicación racional. Esta Champions del Madrid está repleta de mensajes subliminales, algunos de origen esotérico y otros que ayudan a entender (lo más racionalmente que se pueda) qué paso, por qué el Madrid se lleva la orejuda a la Cibeles después de la trayectoria más estrambótica, irracional y misteriosa de la historia.

Courtois confesó que 'Carletto' (un especialista en partidos increíbles como aquella final que perdió contra los 'reds' en 2005, en Estambul, después de haber llegado al descanso con un 3 a 0 a favor) le dijo: “Yo te llevo a la final y después la ganas tu”. Es decir, el bueno de Ancelotti ya sabía que iban a sufrir y que el Liverpool jugaría más y mejor y que la clave era el portero. En el fútbol moderno, un guardameta no solo para, sino que también ejerce de casi central e inicia la jugada de ataque. Pero sigue siendo el tío que tiene que evitar que le metan un gol. Por eso, si Courtois (Saint Thibaut, arzobispo de la región del Dauphiné en el siglo X, también conocido como 'Teutbaldum') es el héroe eso significa que los otros atacaron más y mejor, y que chutaron mucho más y no tan bien como era de desear, y que él (“sentía que hoy nadie me podía marcar") ejerció de médium entre los espíritus cósmicos del madridismo y la puñetera realidad de Saint Denis. Es decir, que las estadísticas y los remates y las matemáticas a favor de los de Kloop se esfumaron en la nada interplanetaria y, como dijo el técnico alemán, fue la derrota más fácil de explicar en el mundo del fútbol: “Ellos marcaron un gol y nosotros, no”.  

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