Artículo de Rafael Vilasanjuan

La cultura de matar

El gran éxito de los grupos de presión ha sido trasladar el debate fuera del ámbito legal para asociar la libertad de tener armas como parte de la identidad social americana

Rifles AR-15.

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Rafael Vilasanjuan

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A pesar de la masacre reciente, una más en una escuela, lo más probable es que no vaya a cambiar ninguna ley y que la situación se vaya repitiendo de manera más o menos crónica. La historia dice que a medida que los estados se van legitimando uno de sus principales poderes es que las armas y el uso de la violencia se reservan a las fuerzas de seguridad, el resto o son armas de caza o su empleo es criminal. En EEUU este principio de convivencia basado en la justicia y la seguridad colectiva no existe, su principal manifestación se puede ver en un supermercado, donde se pueden comprar desde pañales o cosméticos a un buen puñado de armas sin necesidad siquiera de presentar un certificado de antecedentes o conocimiento de uso. 

Si no es por autorización y control expreso del estado ni usted que me lee, ni yo, podemos tener un arma y esa es la garantía de una mayor seguridad colectiva. En EEUU llevan décadas hablando de la posibilidad de poner freno a la venta indiscriminada, al menos imponiendo un control de antecedentes a todo el que quiera comprar. Pero nada. Basta comprobar la fuerza de la Asociación Nacional del Rifle, que solo dos días después de la matanza ha sido capaz de llevar al expresidente Trump y a un abanico de senadores republicanos a defender la venta libre. Un centenar de congresistas americanos reciben fondos directamente del 'lobby' de las armas, 98 de ellos son del partido republicano, su principal defensor. Pero el gran éxito de los grupos de presión ha sido trasladar el debate fuera del ámbito legal para asociar la libertad de tener armas como parte de la identidad social americana. 

Defendido como un principio identitario no es extraño que a medida que el discurso se ha ido polarizando hacia posiciones nacionalistas radicales, las ventas se hayan disparado incluso coincidiendo con los tiempos de confinamiento. Lo reivindicaba Donald Trump este fin de semana en la convención de las armas: la solución es darles una pistola a todos los profesores de escuela y convertirlos así en policías. Se aprovecha cualquier crimen para reforzar esa cultura al derecho a matar. Porque no solo habría que armar a los profesores, también a los cajeros de supermercado, a los porteros, a los empleados de gasolineras o a los vigilantes de en parques de recreo. Una lista infinita alimentada con buenas dosis racistas que animan a los blancos a armarse para protegerse. 

La cultura americana de las armas arraiga en la misma medida en que divide con fuerza al país. Según las encuestas la mitad de la población considera que las masacres son uno de los principales problemas, más de la mitad también pide que haya un registro de venta y un certificado de antecedentes. Pero a pesar de todos los pronunciamientos demócratas, a pesar de los intentos de Obama, o ahora de Biden, con el partido republicano comprado y el congreso secuestrado va a ser difícil pasar una ley que limite, si no se puede acabar antes con esta cultura que da permiso para matar a cualquiera.

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