Artículo de Carles Francino

'Paraules... d'amor?'

El debate lingüístico se ha envenenado con el tiempo hasta límites insoportables

Manifestación en defensa de la escuela pública en catalán, el pasado abril, en Barcelona.

Manifestación en defensa de la escuela pública en catalán, el pasado abril, en Barcelona. / Jordi Cotrina

Carles Francino

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“Por la mañana, rocío

Al mediodía, calor

Por la tarde los mosquitos

No quiero ser labrador”

Corría 2004 y el socialista Pasqual Maragall presidía un gobierno tripartito en la Generalitat; algo que a Marta Ferrusola le hacía sentir -lo contó ella misma- como si hubieran entrado ladrones en su casa. Fue ese año cuando un grito irrumpió en plena celebración institucional del Onze de Setembre:

“¡Traidor!”

Por ignorancia supina o por puro negacionismo lingüístico, algunos -muy pocos- asistentes al acto abroncaron a Serrat cuando arrancó su conmovedora 'Cançó de bressol'; los versos de aquella nana que su madre le cantaba en castellano se completan con una dolorosa descripción, en catalán, de los duros años de la posguerra. Pero a los guardianes de la patria -¿qué patria?- eso se la traía al pairo. Más tarde, con la borrachera del 'procés', se han ensañado con 'el nano'; se la tenían guardada. Creo que episodios como ese explican por qué el debate lingüístico se ha envenenado con el tiempo hasta límites insoportables. También que a Raimon le abuchearan en Las Ventas cuando cantaba en catalán -o valenciano- durante un concierto homenaje al pobre Miguel Ángel Blanco; por cierto, sin que al entonces presidente Aznar se le moviera un músculo de la cara.

Está claro que hay abundante rastro de lanzamiento de piedras en ambas direcciones, pero propongo fijarnos en algo concreto. Porque a estas alturas ya me parece ridículo andar polemizando sobre si el castellano tiene que ser “vehicular” o “curricular”. Más allá de que el TSJC acepte o no pulpo como animal de compañía, la pregunta sería: ¿el castellano es una lengua de Catalunya, una lengua catalana? ¿Sí o no? Yo respondo: Serrat.

Y Margarit, que escribió otra emocionada 'Cançó de bressol' en recuerdo de su hija muerta. Y que nos dejó unos versos que resumen el disparate de haber convertido los idiomas en armas de guerra.

“Nunca he olvidado el pescozón del guardia,

Que con voz fuerte y seca me dijo: 

¡habla en cristiano, niño”

"Però a través de tantes humil.liacions

He pogut estimar al Ramón, al Luis…

I les pitjors paraules

Les que m’han fet més mal

Les he sentides en la meva lengua".

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