La campaña militar (36) | Análisis de Jesús A. Núñez Villaverde

El hambre como arma de guerra, otra vez

Moscú no solo se ha dedicado a destruir cosechas de trigo, maíz, girasol y cebada, sino también a castigar sin alimentos a la población local en aquellas ciudades que ha asediado

Rusia recrudece sus ataques para controlar el mar de Azov y llega al centro de Mariúpol

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Jesús A. Núñez Villaverde

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El hambre como arma es tan antiguo como la propia guerra. Por eso no supone desgraciadamente ninguna novedad que Rusia la esté utilizando nuevamente. Moscú no solo se ha dedicado a destruir cosechas de trigo, maíz, girasol y cebada -materias primas en las que se basa buena parte de la economía de exportación ucraniana-, sino también a castigar sin alimentos a la población local en aquellas ciudades que ha asediado, como un instrumento más para doblegar su capacidad de resistencia. Igualmente, también ha robado cantidades considerables de esos mismos cereales en su propio beneficio.

En todo caso, hasta ahí no habría realmente nada de lo que extrañarse cuando se compara con tantos otros conflictos, como el de Siria, en el que se han vivido situaciones muy similares. Lo novedoso en el caso ucraniano es que Kiev es uno de los principales exportadores cerealísticos a nivel mundial y el bloqueo naval al que Moscú está sometiendo a su vecino esta agravando una crisis alimentaria que va mucho más allá del territorio físicamente afectado por la violencia. Ucrania cuenta con 18 puertos en las costas del mar de Azov y del mar Negro y Rusia, aprovechando la ventaja de que Ucrania no cuenta con una armada digna de tal nombre -porque ya se encargó Vladímir Putin de destruirla en 2014-, no ha tenido problema alguno en minar las entradas y salidas de todos ellos y en patrullar esas aguas con los buques de superficie y los submarinos que mantiene desplegados en ellas.

De ese modo sanciona directamente a Kiev, impidiéndole comerciar con el resto del mundo a través de unas vías que suponen en torno al 40% del PIB ucraniano, y castiga a todos los países que tradicionalmente importan esos productos para garantizar su seguridad alimentaria. Por lo que respecta a Ucrania, resulta imposible escapar a ese bloqueo, tratando de trasladar todo ese grano por carretera y ferrocarril hacia Polonia o incluso por vía fluvial (hasta el puerto de Constanza, en Rumanía), por la simple razón de que no dispone de medios para mover tal volumen de mercancías. Los países importadores, mientras ven como se agudiza una crisis que ya estaba desatada antes de la invasión rusa, tampoco tienen alternativa ninguna a corto plazo. Y así, unos y otros quedan a la espera de lo que Estados Unidos y/o Unión Europea puedan hacer.

En esa línea, volviendo la mirada a Washington, la administración de Joe Biden se ha limitado a denunciar a Moscú por ese comportamiento, pero también ha dejado claro que no va a emplear medios militares para romper el bloqueo ruso; básicamente por temor a la reacción de Moscú. Por su parte, los Veintisiete parecen dispuestos a movilizarse para romper el bloqueo. De momento se han limitado a seguir a Washington en denunciar el comportamiento ruso y en reclamar, como acaba de hacer Mario Draghi en su reciente conversación con Putin, el fin de esa práctica inhumana. Por su parte, Moscú apunta a que solo daría ese paso a cambio de un (muy improbable) alivio generalizado de las sanciones en su contra.

Queda por ver si en la cumbre extraordinaria convocada el día 30 en Bruselas se da un paso más allá, poniendo en marcha una misión naval comunitaria en la zona. Una misión que introduciría buques militares a través del Bósforo y los Dardanelos- contando conque Turquía no bloquee su paso- para escoltar convoyes ucranianos desde el puerto de Odesa para sacar esas materias primas. ¿Están los Veintisiete dispuestos a llegar hasta ahí, arriesgándose a una probable represalia rusa?

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