El diablo está en todas partes
Me viene a la memoria que el 23-F de 1981, cuando Tejero asaltó el Congreso, hubo una importante reunión de subsecretarios. Aquella reunión alcanzó cierta celebridad
Juan José Millás
Escritor.
Juan José Millás
Muy cerca de mi mesa toman el aperitivo dos jóvenes que tienen al lado un cochecito de bebé. Él o ella, indistintamente, acercan de vez en cuando la mano al borde del cochecito y lo mecen con cuidado, como para prolongar el sueño de la criatura, a la que desde mi posición no puedo ver. Han pedido dos cervezas y un plato de patatas fritas verdes. Estas patatas, de las que no tenía noticia, están hechas con un toque de wasabi, de ahí su color, y pican un poco, según me informa el camarero. Hace calor, pero estamos protegidos del sol por una parra urbana muy tupida.
-¿Tú crees -pregunta la mujer- que está todo inventado?
-No sé -dice él-, está inventado lo que está inventado.
-Ya -dice ella-. Y de lo inventado, ¿qué desinventarías?
El joven piensa unos instantes.
-Desinventaría la celebridad -decide al fin.
-Dices eso porque no somos célebres. Pero a mí me gustaría que nuestro hijo lo fuera -responde ella, al tiempo de lanzar una mirada de ternura al interior del cochecito.
-Que fuera célebre por qué -pregunta él.
-Por lo que sea, me da igual.
-¿Por asesino en serie, por ejemplo?
-O por subsecretario.
-Los subsecretarios no son célebres.
Tras este breve intercambio verbal vuelven al silencio. Me viene entonces a la memoria que el 23 F de 1981, cuando Tejero asaltó el Congreso, hubo una importante reunión de subsecretarios que sustituyó al Consejo de Ministros. Aquella reunión alcanzó cierta celebridad.
En esto, el camarero me trae un platillo de patatas fritas verdes, para que las pruebe. Al depositarlas sobre la mesa, acerca su boca a mi oído y susurra.
-No hay bebé, en el cochecito no hay bebé, está vacío.
Dicho esto, desaparece y yo siento un escalofrío de pánico. Mientras me incorporo para huir, oigo sin embargo un llanto procedente del interior del cochecito. Cuando llego a casa, mi mujer, al observar mi palidez, me pregunta si he visto al diablo.
-Lo he escuchado -le digo.
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