El arquitecto muta
El profesional que antaño recibió respeto por su voluntad de crear espacios para vivir, cayó en un mero conseguidor del requisito legal para fabricar productos donde cupiese gente dentro
Juli Capella
Arquitecto
El arquitecto, tal como lo conocíamos socialmente hasta hace poco, ha muerto. La crisis de 2008 le dio la puntilla. Pero ya estaba pachucho. Por un lado, se había engolado con el fenómeno de los 'ego-arquitectos' estrella, que acabaron estrellados. Por otro, una pandilla de 'arqui-ejecutivos' solo preocupados por construir más a toda costa. Valga la broma. Y mientras, el profesional que antaño recibió respeto por su voluntad de crear espacios para vivir, cayó en un mero conseguidor del requisito legal para fabricar productos donde cupiese gente dentro. Los arquitectos ya pintamos muy poco. Nuestras atribuciones nos las han cepillado ingenieros y aparejadores, con la aquiescencia del gremio. La administración nos ha hundido en una burocracia absolutamente ridícula que convierte las licencias en un viacrucis. Y han venido a rematarnos los 'project managers', obsesionados con abaratar y acelerar, a costa del resultado. Es decir, cada vez hacemos menos edificación y más papeleo, menos proyecto y más paripé.
La arquitectura se sigue entendiendo como un producto más del libre mercado, no como un bien social. El año pasado 11 comunidades autónomas españolas no hicieron ni una sola vivienda de protección. El colegio de arquitectos catalán acaba de hacer elecciones y Guim Costa, nuevo decano, tiene la oportunidad de rescatar, si es que aun estamos a tiempo, la figura humanista de la profesión. Pero de los 10.000 arquitectos que hay colegiados, no votó ni el 20%. Ya ni nos interesamos por nosotros mismos. Aunque siempre hay signos de esperanza, no de resucitar, sino de mutar. Por ejemplo, el último premio Mies Van der Rohe para emergentes–¡se es joven arquitecto hasta los 50!– . El trabajo del colectivo Lacol, con su proyecto cooperativo de viviendas La Borda, cambia los roles habituales a los que nos constriñe el ejercicio de la profesión. Este sí es un ejemplo de colaboración público-privada, y no las engañifas habituales donde si sale bien gana el privado y si sale rana paga lo público.
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