Artículo de Albert Soler

Si tiembla el Rey, tiembla la monarquía

La institución monárquica pierde más adeptos con esas imágenes de decrepitud que con centenares de comisiones cobradas, elefantes cobrados y Corinnas pagadas

El rey Juan Carlos llega a la Zarzuela

El rey Juan Carlos llega a la Zarzuela. /

Albert Soler

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Se nos fue el emérito y ha regresado el decrépito, hay que ver lo mal que sienta la buena vida a determinadas edades. A los reyes, aunque sean jubilados, no se les debería mostrar en público en ese estado, que la monarquía se sustenta precisamente en creer que los monarcas son distintos a todos nosotros, y darnos de bruces con que el paso del tiempo es igual -o más- cruel con ellos que con un tornero de Puente Genil o un campesino de Vilademuls, desvanece la ilusión. Si tiembla el rey, tiembla la monarquía, que pierde más adeptos con esas imágenes, que con centenares de comisiones cobradas, elefantes cobrados y Corinnas pagadas. Un rey debe evitar ser visto en público a partir del día en que le presta más servicio el pañal que la corona.

Al arribar a la senectud, un monarca tiene solo dos opciones: o ser como la reina de Inglaterra, que a sus casi cien años es capaz de bailar al son de una gaita, o retirarse del mundanal ruido. No son pocos los reyes españoles que han terminado sus días en un monasterio, evitando al pueblo la imagen de su decrepitud. Mejor eso que ver como lo atornillan al Bribón como si fuera un Click de Famóbil y lo pasean a pocos metros de la orilla para que alce la mano y haga como que saluda. O que verle caer de culo en la grada de un pabellón porque las piernas ya no le sostienen, un rey jamás cae de culo al cemento, las posaderas reales están hechas solamente a mullidos cojines de terciopelo, seda o armiño. El cemento es de plebe, aunque peor que el traspié fue la expresión de su real rostro al encontrarse sentado sin saber cómo, expresión que parecía demandar a gritos explicaciones, ¿dónde estoy?, ¿quién es toda esta gente?, ¿quién sirve aquí las copas?, ¿cuándo empieza la juerga?

- ¿Tanta sangre azul para terminar así? Prefiero la roja de toda la vida- se dicen estos días, no sin razón, los españoles de poca alcurnia, que somos casi todos.

Es loable que la monarquía intente acercarse al pueblo, pero existen otras maneras, como matrimonios morganáticos o pagar el alquiler cada mes, no hace falta exponer a los mayores al escarnio público. Los «Viva el rey» que le chillan los de siempre a Juan Carlos, más parecen un deseo vano e improbable, tal vez una incitación a que el decrépito se esfuerce un poco más en conseguirlo, que el tradicional grito monárquico.

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