Artículo de Berta Aznar

La prostitución en el punto de mira

Es imposible educar a los hombres en el respeto, la empatía y la reciprocidad con las mujeres si se legitima el uso de sus cuerpos a través de una transacción económica

Una prostituta en una carretera de Girona, en junio del 2012.

Una prostituta en una carretera de Girona, en junio del 2012. / periodico

Berta Aznar

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Esta semana la prostitución vuelve a ser motivo de debate en la esfera política y, consecuentemente, en el espacio público. Sin duda, la prostitución genera polémica y se ha sometido a escrutinio, dando lugar a tres modelos distintos que se aplican actualmente en los diversos países: el regulacionista, el prohibicionista y el abolicionista

El modelo regulacionista, que contempla la prostitución como cualquier otro trabajo y lo regula como tal, ha sido adoptado por países como Holanda y Alemania, donde hay distritos enteros dedicados a la prostitución en los que se exponen a mujeres medio desnudas en escaparates, como si fueran coches, electrodomésticos o donuts. Desde este prisma, las mujeres son libres de escoger la prostitución y la ejercen de forma voluntaria, obviando que los estudios en el ámbito demuestran que solo un 5% lo hacen libremente. Con la regulación de la prostitución, la ley de la oferta y la demanda regula los precios y el producto, dando lugar a situaciones tan esperpénticas como la promoción de un local con el eslogan “consume tantas mujeres como puedas en una hora” o “por 100 euros puedes tomar todas las cervezas, salchichas y mujeres que quieras”. También hay locales en los que los clientes pueden tomarse un café en el que se incluye una felación o locales en los que se organizan 'gang bangs' con mujeres embarazadas de más de 7 meses. Además de estas situaciones de explotación, este modelo perpetúa la idea patriarcal de que el sexo es un impulso irrefrenable en los hombres que debe ser satisfecho por las mujeres.

El modelo prohibicionista, presente en países como Rusia y Filipinas, castiga y penaliza a las mujeres que ejercen la prostitución, considerándolas responsables de esta actividad que es considerada inmoral. En estos contextos, pagar por sexo no implica ninguna medida punitiva para los clientes; en cambio, son las mujeres prostituidas las que son sancionadas. Desde esta visión, además de revictimizar a las prostitutas, se refuerza la idea machista de que las mujeres provocan y embaucan a los hombres.

En cuanto al modelo abolicionista, este considera a las prostitutas como víctimas del sistema patriarcal y la precariedad económica, que se ensaña principalmente con las mujeres. Suecia y Francia son dos de los países que han adoptado este modelo. Desde esta perspectiva, la prostitución es la única salida para muchas mujeres en riesgo de exclusión social, mientras otras son engañadas y obligadas a prostituirse. Este modelo sanciona a proxenetas y clientes con el objetivo de no perpetuar la desigualdad de género y la esclavitud sexual. Estas sanciones a quienes sostienen el sistema prostitucional van acompañadas de otras medidas muy valiosas como ayudas a las mujeres prostituidas con el objetivo de ofrecerles otras salidas que no pongan en riesgo su bienestar físico, psicológico y social.

Diversos estudios muestran cómo el ejercicio de la prostitución tiene consecuencias graves para las mujeres, entre las que cabe destacar ansiedad, depresión, trastorno por estrés post-traumático y consumo de sustancias tóxicas - para lidiar con las problemáticas descritas y para evadirse de la realidad -. Otros estudios han evaluado los perfiles psicológicos de las mujeres que ejercen la prostitución y la prevalencia de trastornos mentales y de personalidad, así como el haber sufrido abusos sexuales en la infancia, es muchísimo más alta que en el resto de la población; hablar de “libre elección” en el caso de la prostitución parece, como mínimo, cuestionable. Por otro lado, el porcentaje de mujeres que se prostituyen por su propia voluntad es tan pequeño que sería imposible mantener el sistema prostitucional solo con ellas, por ello este se nutre básicamente de la trata y la explotación sexual. 

Sin duda, la prostitución refuerza y mantiene la jerarquía del género en la que los hombres ocupan el lugar privilegiado, creyéndose con el derecho de obtener de las mujeres aquello que desean. Es imposible educar a los hombres en el respeto, la empatía y la reciprocidad con las mujeres si se legitima el uso de sus cuerpos a través de una transacción económica.

El modelo abolicionista de la prostitución es el único que parte de una análisis estructural de la situación de desigualdad real entre hombres y mujeres. Con este modelo, el coste económico para el país a corto plazo es evidente, ya que el negocio de la prostitución representa un 0,35% del PIB español y las ayudas a las mujeres prostituidas requieren de una inversión. Sin embargo, a medio y largo plazo los beneficios para la sociedad y especialmente para las mujeres, que son un 51% de la población, son de un valor incalculable: es necesario hacer llegar el mensaje de que las mujeres no estamos en venta.

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