Tribuna de Eugenio García Gascón

Ultraortodoxos y reformistas: la agria y permanente lucha dentro del judaísmo

La virulencia de los ataques de los ultraortodoxos contra los reformistas crece conforme los primeros se sienten amenazados

Un niño ultraortodoxo judío a las puertas de un centro de oración en Jerusalén.

Un niño ultraortodoxo judío a las puertas de un centro de oración en Jerusalén. / EP

Eugenio García Gascón

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El tono de las incendiarias arengas contra el judaísmo reformista en Israel se intensifica cada año. Los rabinos ultraortodoxos agitan las aguas sin descanso contra los reformistas, utilizando cualquier plataforma que se ponga a su alcance, desde los medios impresos al podio de la Kneset. En los últimos tiempos su demonio principal es el rabino progresista Gilad Kariv, de origen estadounidense y que en las pasadas elecciones fue elegido diputado por la lista del escuálido partido laborista.

La lucha sin cuartel a la que asistimos es tan vieja como el mismo judaísmo. Baste recordar la hostilidad con que se combatían entre sí fariseos y saduceos hace 2.000 años. Los primeros seguían al pie de la letra la ley religiosa, y con frecuencia se les tildaba de falsos e hipócritas, tal como aparecen descritos en el Evangelio. Los fariseos de entonces son los ultraortodoxos de hoy, que se afanan con la misma voluntad irreflexiva por cumplir los preceptos de una vieja ley que nunca ha caducado ni caducará, aunque a veces se transforme. Frente a ellos estaban los saduceos, propensos al progreso y a las ilustradas costumbres griegas y romanas, que son los reformistas de nuestros días, abiertos a la modernidad y que se sienten incómodos con la vieja ley. La misma pugna ha existido en casi cada momento de la historia del judaísmo y nada indica que vaya a eclipsarse en el futuro.

Los ultraortodoxos argumentan que si no fuera por ellos el judaísmo habría desparecido hace mucho tiempo, lo cual muy probablemente es cierto. En cambio, los reformistas sostienen que no tiene mucho sentido apegarse a unas leyes áridas que se promulgaron hace más de dos milenios y que no habría que seguirlas al pie de la letra, como si el mundo no hubiera estado girando desde entonces.

Mientras el movimiento reformista florece en Estados Unidos, a duras penas sobrevive en Israel. Los ultraortodoxos los consideran una abominación que pone en riesgo la misma esencia y existencia del judaísmo. Unos piden unidad en torno a la ley entendida de manera rigurosa y otros defienden un ‘pluralismo’ alejado de ‘posiciones radicales’.

El poderoso rabinato oficial es una institución exclusivamente ultraortodoxa cuyos tentáculos llegan a casi todos los rincones de la sociedad oprimiendo sin escrúpulos a quienes considera heréticos

En Israel existe un monopolio ultraortodoxo 'de facto' que se expresa en toda suerte de leyes (y de ausencia de leyes). Son muy pocos los diputados que se atreven a levantar la voz contra ese control que llega a determinar quién es judío o quién puede casarse. El poderoso rabinato oficial es una institución exclusivamente ultraortodoxa cuyos tentáculos llegan a casi todos los rincones de la sociedad oprimiendo sin escrúpulos a quienes considera heréticos. Hay influyentes rabinos ultraortodoxos que insultan con toda la mala intención posible a los reformistas llamándoles “cristianos”, y consecuentemente les invitan a abandonar Israel, a que se vayan al extranjero a vivir entre cristianos.

La virulencia de los ataques crece conforme los ultraortodoxos se sienten amenazados. Creen que cualquier día el Parlamento empezará a aprobar leyes que mermarán su monopolio y que ello significará a medio plazo el final del judaísmo. Esta idea probablemente no deja a muchos dormir con tranquilidad y los vuelve más susceptibles y agresivos.

No fue siempre así. Cuando se creó el Estado en 1948, después del Holocausto, los ultraortodoxos constituían una minoría casi insignificante. Ciertamente obtuvieron algunos privilegios pero nadie los veía como una amenaza. Las cosas empezaron a cambiar tras su alianza con la derecha nacionalista en 1977. La derecha nacionalista en todas partes suele pactar con la religión, incluso con la más retrógrada. A la derecha y a la religión les gusta envolverse con los trajes típicos de su región o de su nación, una sintonía que comparten las dos corrientes, de manera que estamos ante un matrimonio feliz.

El populismo de derechas victorioso en 1977 permitió a los ultraortodoxos obtener mucho dinero del Estado y liberar a sus jóvenes del servicio militar. Además, cayó a plomo el número de jóvenes ultraortodoxos que participaban en el mercado laboral, una situación que es más gravosa en nuestros días. Paralelamente los rabinos incrementaron su poder en el conjunto del país, una circunstancia que ha perdurado hasta hoy.

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