En los tiempos de Balbín
Los tiempos de 'La clave' pasaron y ahora solo quedan espectáculos a lo Sanxenxo para delimitar la crítica a los errores del monarca
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Soy un teleadicto a los programa de 'La clave' de José Luis Balbín al que sigo en Twitter con devoción. Acumulo tuits durante la semana para hacer un repaso durante el finde. Normalmente me invade una sensación de frustración y melancolía basada en dos motivos: la facilidad con la que los contertulios dejan argumentar al otro y la profundidad de sus opiniones.
El programa tenía la característica de la confrontación de ideas. Analistas enfrentados que no dejaban de fumar, como si el humo y la respiración les diera un grado de ceremonia pactada, y que envolvía sus palabras en relatos profundos repletos de contenido.
'La clave' se emitió en TVE, y en una segunda fase en Antena 3. De 1976-1985 y de 1990-1993. Con nuestros ojos contemporáneos tuvo dos problemas que no desmerecen su calidad televisiva y discursiva. El humo, que también favorecía una escenografía peculiar, y la insultante falta de mujeres, cuya culpa no puede achacarse a Balbín, sino al momento.
Si 'La clave' estuviera ahora en emisión con las características y la personalidad de los invitados de entonces, esta semana el programa estaría dedicado a 'República y monarquía', con la exhibición de la habitual película que introducía el tema. Seguro que sería un debate donde se encajarían cuestiones históricas, de metodologías y modelos de Estado, de pros y contras, de acercamiento a las repúblicas bananeras y a las monarquías parlamentarias, o a repúblicas democráticas y monarquías dictatoriales.
Pero los tiempos de 'La clave' pasaron y ahora solo quedan espectáculos a lo Sanxenxo para delimitar la crítica a los errores del monarca. La sobreexposición de vergüenza ajena de una situación que lleva tiempo enquistada en el Estado y que se utiliza para desprestigiarlo.
Mucho espectáculo televisivo, ideal para las tardes del fin de semana, que acaba convirtiéndose en un peligroso entretenimiento de sofá que no ayuda a fortalecer una convivencia social ante la fundamental pregunta de cómo nos organizamos.
Los tiempos cambiaron. Claro. No hay que estar ciego. Pero ello no limita a que se ponga en duda la forma superficial y poco académica con la que se debate, o se entretiene y no se construye en las teles en general.
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