Pros y contras | Josep Maria Fonalleras

El abuelo de Sanxenxo y el niño que nació en Roma

El retorno de quien fue rey – ese tipo de insolencia subida de tono, la soberbia despreciadora, la pose de pendenciero sarcástico – ha hecho tambalear (ya veremos hasta qué extremos) aquella operación higiénica

El rey Juan Carlos I en su tercera jornada en Sanxenxo

El rey Juan Carlos I en su tercera jornada en Sanxenxo / EFE / LAVANDEIRA JR.

Josep Maria Fonalleras

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Quizá alguien llegó a pensar que Juan Carlos I viajaría a España con la idea de pedir perdón, de reconocer errores y calamidades y de ofrecerse al populacho como víctima de la mala influencia pecaminosa del amor pasional. ¿Acaso no lo había hecho otras veces? Quizás alguien llegó a creer que el retorno sería una ceremonia de expiación de los pecados, al menos los de orden moral, dado que la inviolabilidad parece que puede evitar que todas las demás consecuencias, las penales, surtan efecto. Y alguien también podía imaginar que el actual monarca, el hijo del emérito, haría como los israelitas, que enviaban al desierto a un chivo (lo llamaban emisario) cargado simbólicamente con todas las fechorías, como medida de autoprotección. De hecho, esto ya ocurrió, pero el retorno de quien fue rey – ese tipo de insolencia subida de tono, la soberbia despreciadora, la pose de pendenciero sarcástico – ha hecho tambalear (ya veremos hasta qué extremos) aquella operación higiénica. La puesta en escena de Sanxenxo (aquel ya célebre "¿explicaciones de qué?") no es la del abuelo de 100 años que escapó por la ventana, sino la del niño que nació en Roma justamente porque su abuelo no pudo volver nunca a España.

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