BARRACA Y TANGANA

Saber elegir

La infancia futbolera actual tiene más mérito que la nuestra

Niños con mascarilla en un colegio.

Niños con mascarilla en un colegio. / Manu Mitru

Enrique Ballester

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Sabéis que en el colegio de mis hijos está muy caro el minuto de fútbol. Apenas les dejan jugar en el patio. Es una batalla que doy por perdida ante los nuevos tiempos, pero no así mi hijo Teo, que tiene cinco años y aún le queda energía. Ahora están centrados en los dinosaurios y de vez en cuando llevan a clase cosas de dinosaurios. Libros, muñecos, lo que sea. El otro día llevó una pelota que había por casa medio olvidada, una pelota de plástico azul con un dinosaurio estampado, a ver si así colaba y podían jugar un partido. No coló, por lo visto, pero cuando me enteré sentí una punzada de orgullo. No hay nada como comprobar que tu hijo se desarrolla por la senda adecuada. Que se ha alistado en el bando correcto de la Historia.

La maniobra de Teo no coló, pero quizá ayudó a abrir una grieta en el sistema. Ayer me contó que una monitora piadosa les había prestado una pelota pequeña y habían podido jugar un rato a fútbol en el patio. Teo se había fabricado unas espinilleras para la ocasión y me mostró el mecanismo rudimentario que había ideado para proteger la pierna. Enrollaba el chándal formando un pegote hasta casi la rodilla y después estiraba el calcetín para mantener la estructura sujeta. Estaba contentísimo con su invento de la espinillera casera. Le pregunté si se lo había enseñado alguien y elevó el dedo con aire misterioso y severo: “Estaba en mi cabeza”.

La infancia futbolera actual tiene más mérito que la nuestra. Cuando yo era niño había dos opciones básicas, o al menos lo recuerdo así, en el colegio y donde fuera: fútbol o nada. En mi colegio pasaba igual con la asignatura de Religión. Había Religión o 'nada'. Ahora me extraña que fuera legal, pero era tal cual. Ni Ética ni Valores: si no hacías Religión te ibas a 'nada'. Mis padres me apuntaron a 'nada' y me vi de repente con el único que tampoco iba a Religión, porque era testigo de Jehová, y estuvimos en una habitación que no era ni aula, haciendo nada en clase de 'nada', y sin decirnos nada porque él no jugaba a fútbol y yo con los que no jugaban a fútbol no me relacionaba. No recuerdo los detalles de este episodio vital, pero pronto mis padres me enviaron de vuelta a Religión, a cantar villancicos con desgana, después de mi infructuoso paso por 'nada'.

Teo ahora puede elegir entre 200 deportes, 400 extraescolares y 700 juguetes en casa, y resulta que elige jugar a fútbol, ya sea en el patio, en el salón, en su equipo, en la playa, en el pueblo o en la plaza. Siento el deber moral de aceptar todas sus proposiciones para jugar, aunque a veces me cueste más que salir de la cama. Mi hijo puede elegir y elige bien, nosotros no elegíamos nada.

En mi caso, por lo menos, sigo sin saber elegir. Ni el trabajo ni el coche ni el lavaplatos, ni el tipo de vida que gasto... A veces pienso seriamente que no he elegido nada. A veces intento analizarlo y me doy cuenta de que una cosa te lleva a la otra, sin saber muy bien por qué, y simplemente lo encajas y te adaptas. Todo es –volvamos al colegio porque (casi) todo estaba ya en el colegio- como aquel día en el que las chicas de clase se reunieron y se repartieron los novios. A mí se me acercó una y me dijo que me tocaba ser su novio, que me había elegido, y yo 'pues vale'. Me encogí de hombros y me pareció un poco raro, pero en realidad funciona así, por mucho adorno que se añada. En realidad es lo que pasa.

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