Artículo de Olga Merino

A vueltas con la regla

El asunto de las bajas no es lo más importante de una ley en la que se han embutido demasiados aspectos

mujer con dolor de regla

mujer con dolor de regla / Jonathan Borba |Unsplash

Olga Merino

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La menstruación precedió al lenguaje. Aseguran los antropólogos que en todas las culturas de cazadores–recolectores existían ciertas prohibiciones ligadas al ciclo femenino; las hembras solo podían utilizar instrumentos que no hiciesen sangrar: garrotes, mazos, redes de caza. Temían, además, que la sangre del menstruo propiciase el ataque de las bestias. Es probable que las primeras homínidas establecieran el sangrado mensual como un tiempo en el cual sus cuerpos no podían ser tocados, en parte también para asegurar un reparto justo de la caza entre el clan al regreso de los machos. Ahí nacieron la infinitud de tabús en torno a la regla, supersticiones, leyendas y creencias brujeriles: «Si en una ampolla de vidrio se mete flujo menstrual y se deja pudrir en el vientre de un caballo, nacerá un basilisco». La sangre del útero seca las plantas, agría el vino joven, mella el filo de las navajas y opaca el brillo del marfil. Los perros enloquecen. Los mitos más recientes: no os lavéis el pelo ni hagáis mayonesa, que se corta.

Desde la primera vez que la braguita se tiñe de rojo —la «tía María», que decían las abuelas—, la regla es un fastidio. Cuando viene, porque mancha, infla el cuerpo y duele; cuando no viene, por la ‘sorpresa’ que puede acarrear el retraso; cuando se va para siempre, por los calores, la osteoporosis y los ramalazos de malaje. Pero hace décadas que el sangrado mensual dejó de ser tabú, tanto en la familia como en el ámbito laboral. ¿Algún médico ha denegado el permiso por una regla mala? Con todos mis respetos para las compañeras que sufren endometriosis y menarquías atroces, considero un error el señalamiento de bajas específicas por reglas que causen un dolor incapacitante. ¿Quién mide el dolor?, ¿cómo se mesura? Cuando uno se encuentra mal, se encuentra mal; no hay más. Da igual que la indisposición provenga de la ciática, la muela del juicio o los ovarios. Asusta la posibilidad de que, al final, la medida se vuelva en contra como un bumerán. Habrá quien ponga pegas a la contratación de mujeres en edad fértil y quien señale como abusonas a las que se tomen el permiso. El asunto de las bajas, además, no es lo más importante de una ley en las que se han embutido demasiados aspectos. ¿Por qué no se ha rebajado el IVA? ¿Por qué compresas y tampones no son artículos de primera necesidad?

Cada cuerpo es un universo y sus circunstancias. Tengo amigas que salieron directamente del paritorio a la redacción o a la oficina; tres días de baja maternal y, ale, a currar, veteranas a las que ahora avergonzaría confesar su ‘audacia’. Puede que ahí se esté abriendo una brecha generacional, no lo sé. Creo que las de mi quinta y alrededores nos empeñamos en que ningún acontecimiento fisiológico nos diferenciara de los compañeros varones en el ámbito laboral. Parece que ahora hayamos pasado de los tabús antiguos, que escondían la regla como algo pecaminoso y sucio, a ‘terapeutizarla’ e incluso sacralizarla. Son tantas las piedras en el camino hacia la igualdad que…, ¿hace falta?

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