Artículo de Emma Riverola

El cónclave de los insomnes

Dicen que estamos atravesando una epidemia mundial de falta de sueño. Se nos acumulan las plagas. Se anuncian nuevos fármacos. Los expertos proponen cambios sociales. Salir del laberinto

Insomnio en las noches tropicales

Insomnio en las noches tropicales

Emma Riverola

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La noche germina. Brotes supuran brotes que estallan en más brotes. Fibras pegajosas que se enredan en los pies. Al menos, en el móvil no suena el tic tac. Aunque quizá es peor. Perdida la constancia del tiempo. Solo queda el laberinto. Hay que girar a la derecha. No, mejor a la izquierda. Derecha. Izquierda. Y los pasillos del insomnio se multiplican. También los trayectos son infinitos. No hay destino ni decisión posible. Solo perderse entre los setos. Que acabe ya. O que la noche siga pariéndose, quizá entonces… No todo es vigilia. A veces, hay sueños fragmentarios. Pero sientes que no sirven. Material desechable. Apenas un ungüento tibio en medio de tanta irritación. Son de ortigas, los setos.  

Maldición o bendición, el laberinto del insomnio ha atrapado y condicionado la obra de infinidad de escritores. Como si la imaginación se apoderara del cuerpo y no consintiera darle descanso. Perra dueña del amo. Franz Kafka, Sylvia Plath, Walt Whitman, F. Scott Fitzgerald… son tantos. Cada uno cargando sus noches en vela como podía. O como le era permitido. El insomnio también es un espacio. Charles Dickens, en sus desvelos, recorría a ritmo brioso las calles de Londres hasta el amanecer. Mientras, Emily y Charlotte Brontë daban vueltas alrededor de la mesa del comedor hasta que se sentían suficientemente cansadas para dormir. Con la muerte de Emily, Charlotte siguió haciéndolo, durante horas, atrapada entre el dolor y el insomnio.  

¿Cómo se vive durmiendo ocho horas seguidas?, se pregunta el insomne. ¿Cómo se habita el día sabiendo que siempre acabará con un descanso? Cerrar los ojos y dormir. Desconectar. Hundirse en la profundidad de otra vida, ajena y propia a la vez, donde la consciencia está desterrada y todo se convierte en un juego. A veces, conciliador. A veces, aterrador. Y qué más da. La realidad no se empaña con los sueños. ¿Cuánto más gastada está la vida del insomne? Ocho horas, dicen los médicos. Y suena a utopía. A paz universal y pan para todos. 

Aunque no siempre fue así. El historiador estadounidense Roger Ekirch ha estudiado los patrones de sueño preindustriales. Desde el poema épico 'La Odisea' (siglo VII a. C) al poeta romano Virgilio o ‘Los cuentos de Canterbury’ (finales del XIV). En infinidad de materiales ha encontrado referencias a lo que él llama “sueño bifásico”. Dos fases. Desde que se pone el sol hasta que amanece. En medio, una vigilia. Tiempo para avivar el fuego, vigilar a los animales, alguna tarea doméstica, charlas nocturnas en los dormitorios comunales o el momento de los amantes, liberados del cansancio del día y con la perspectiva de un segundo sueño. Poeta, a tu pluma. Inventor, a tus ingenios. Cristiano, a tus salmos. Los dos sueños se desvanecieron con la Revolución Industrial. La iluminación artificial alargó la jornada, alteró los ritmos biológicos y, al tener que levantarse a la misma hora, obligó a comprimir el sueño. Pero todavía hoy, una investigación realizada en un pueblo de Madagascar sin infraestructura para la electricidad ha detectado los dos sueños en sus habitantes, con un periodo intermedio de actividad entre la medianoche y la 01.30 de la mañana.  

¿Cómo vivieron nuestros antepasados la pérdida de sueño? Sasha Handley, historiadora británica y autora de ‘Dormir en la Inglaterra de la temprana Edad Moderna’, explica cómo ya en los siglos XVI y XVII se relacionaba la calidad del sueño con la salud de los cuerpos y las mentes. Dormir muy poco o demasiado “seca y sobrecalienta el cerebro”. Las mujeres se encargaron de probar, reunir y administrar las recetas para tratar los trastornos del sueño. Tintura de lavanda, agua de amapola, pétalos de rosa eran bienvenidos. En casos extremos, se optaba por el láudano, el diascordio o la belladona. Y más allá de los brebajes: oraciones, lecturas espirituales, rompa limpia de cama o incluso escuchar música o el sonido del agua al gotear “adormecía los sentidos”.  

No hemos cambiado tanto. Las noches siguen pobladas de ojos insomnes. Dicen que estamos atravesando una epidemia mundial de falta de sueño. Se nos acumulan las plagas. Se anuncian nuevos fármacos. Los expertos proponen cambios sociales. Salir del laberinto. Esta noche, el cónclave de los insomnes reflexionará sobre ello.  

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