Las pymes no saben de burbujas
Bienvenidas sean las ‘start-ups’, pero la atención debe orientarse prioritariamente a ese denso tejido de pymes al que prestamos poca atención, quizá por su perfil discreto
Jordi Alberich
Economista
Desde hace unas semanas van apareciendo noticias, desde bruscas caídas en la cotización de algunas tecnológicas al masivo despido de empleados en Silicon Valley, que pueden señalar, en el mejor de los casos, el suave final de la era dorada de las ‘start-ups’. O, en el peor, la explosión de una burbuja alimentada por la extraordinaria abundancia de liquidez, los bajísimos tipos de interés y la laxitud en los criterios de inversión de determinados fondos.
De confirmarse, estaríamos ante uno más de los recurrentes episodios de euforia a los que, inevitablemente, suceden los de depresión, como bien señala la historia económica, repleta de sucesos similares. Habrá que ver cómo, en los tiempos inmediatos, evolucionan los diversos frentes abiertos en el ámbito político y económico, que pueden incidir directamente en la sostenibilidad de unas compañías que tienden a estar muy sobrevaloradas. Además, no solo han recibido cantidades descomunales de dinero, sino que, también, han contado con una admiración sin fisuras de las élites económicas y las autoridades, pese a la limitada contribución de la gran mayoría de ellas al empleo y al bienestar colectivo.
Por contra, la ocupación se sigue concentrando en esa tupida amalgama de pequeñas y medianas empresas que vienen mostrando una sorprendente capacidad de resistencia, superando un sinfín de crisis sucesivas. Y que, desafortunadamente, no cuentan con el mismo reconocimiento que las tecnológicas, ni en el discurso económico dominante ni en las políticas públicas.
Bienvenidas sean las ‘start-ups’, pero la atención debe orientarse prioritariamente a ese denso tejido de pymes al que prestamos poca atención, quizá por su perfil discreto y porque ya le suponemos una enorme capacidad de resiliencia, sustentada en un accionariado comprometido y estable, que se guía por un proyecto a largo plazo en el que, a menudo, compromete su patrimonio personal. Unas pymes que, además, no provocan burbujas que acaban por perjudicar a todos.
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