Análisis de la campaña militar | Azovstal: ¿rendición, evacuación, intercambio, victoria?
La salida de los supervivientes de la acería es un trágico episodio, con más carga simbólica que militar, sobre el que cada bando procura dar la versión más favorable a sus intereses
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
La salida de los supervivientes –civiles y combatientes– de la acería de Azovstal, en la ciudad de Mariúpol, está siendo presentada de manera muy distinta por las partes implicadas. Se trata de un trágico episodio, con más carga simbólica que militar, sobre el que cada uno de los bandos enfrentados procura dar la versión más favorable a sus intereses, pero en el que ni siquiera se sabe con certeza cuántas personas han estado implicadas ni si finalmente todas ellas han abandonado ya las instalaciones.
Así, partiendo de los alrededor de mil combatientes que, según Kiev, estaban decididos a resistir el asalto ruso hasta las últimas consecuencias, ahora se nos dice que 53 heridos graves han sido traslados por Rusia a una instalación en Novoazovsk, zona ucraniana controlada por sus aliados locales, mientras Kiev asegura que otros 211 han sido evacuados a una prisión en Olenivka, también en manos rusas. Se desconoce, por tanto, cuántos combatientes quedan todavía encapsulados en las instalaciones de la acería, del mismo modo que es imposible determinar el número de civiles y, sobre todo, cuál puede ser el destino de todos ellos. Mientras que Kiev afirma que logrará salvar al resto –queremos “héroes vivos” una vez cumplida su misión– y que se había llegado a un acuerdo, incluso con la palabra personal de Putin, para llevar a cabo un intercambio de prisioneros, medios rusos insisten en que serán tratados como criminales de guerra y juzgados por su participación en los combates –en clara violación de los Convenios de Ginebra–.
A la inquietud que genera la incertidumbre sobre la suerte de quienes han logrado soportar 82 días de brutal asedio se une, una vez más, la batalla por el relato de lo sucedido. Por un lado, Rusia trata de presentarlo como una victoria. Es cierto que ahora Moscú ha completado el control de Mariúpol y eso le facilita su objetivo de llegar a asegurar un corredor terrestre entre Crimea y Rusia. Pero también lo es que de ahí no se deriva un cambio en la evolución del campo de batalla, en el que las tropas rusas están cosechando, como mínimo, tantos reveses como avances. En otras palabras, se equivocaría Putin si cree que ahora mejoran sus posibilidades de lograr imponer su dictado en Ucrania e incluso en el Donbás.
Por otro lado, Ucrania opta por hablar de evacuación y evita emplear la palabra rendición, alabando a quienes califica como héroes que, con su sacrificio personal, han logrado fijar durante semanas a más de una decena de grupos tácticos rusos en ese frente, impidiendo así que pudieran reforzar a otras unidades en la zona de Járkov, que se han visto obligadas a retroceder hasta territorio ruso ante el empuje de las tropas ucranianas. La significación de ese retroceso es considerable porque desmonta una vez más los planes rusos que, desde el norte, pretendían, en combinación con un ataque frontal desde el este y otra maniobra de tenaza desde el sur, envolver a las unidades ucranianas desplegadas en el Donbás. En definitiva, gracias a la resistencia en Azovstal, Rusia se ve obligada nuevamente a rebajar el nivel de ambición de una ofensiva en la que, en todo caso, todavía mantiene desplegados un centenar de grupos tácticos con una capacidad de combate nada desdeñable.
Lo único claro que se deduce de todo ello es que hoy ambos bandos están decididos a seguir apostando por la opción militar, convencidos de que pueden mejorar sus posiciones actuales por la vía de las armas, dejando las negociaciones para un futuro indeterminado.
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