Otra canción del verano
Puede que el problema no esté en la falta de camareros, sino en que haya un bar en cada esquina y negocios que solo son viables si se explota a los trabajadores.
La canción del verano, el bikini, la tumbona… y el lamento de los empresarios de la restauración por la falta de camareros. Los clásicos se repiten, aunque la queja se recrudece temporada tras temporada. A vuelo de pájaro, no deja de sorprender la dificultad para encontrar personal en un país abatido por el paro. Pero no todo vale.
Horas extras a cascoporro (no siempre cobradas), permanentemente expuestos al cliente (no siempre respetuoso), horarios incompatibles con la conciliación (ni con nada), jornadas extenuantes y, sobre todo, escasa proyección de futuro. ¿Todos los establecimientos tratan igual a sus camareros? No. Y el hecho de que existan locales que respetan sus derechos prueba que es posible. O quizá no. Porque, en muchos casos, las cuentas no salen. Y puede que el problema no esté en los camareros, sino en que haya un bar en cada esquina y negocios que solo son viables si se explota a los trabajadores. Como las grandes mansiones que antaño se mantenían gracias a la esclavitud de los criados. Inevitablemente, no hay otra fórmula para cuadrar las cuentas que aumentar los precios. Decisión diabólica ante la inflación galopante. No faltan camareros, falta otro modelo de país. Otra canción del verano.
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