Análisis de la campaña militar | De la defensa al ataque, ¿está Ucrania preparada?
Las tropas rusas siguen acumulando desastres, pero Moscú cuenta todavía con bazas en reserva para evitar una derrota total
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
Las noticias que se reciben de Ucrania apuntan con terquedad a que las tropas rusas siguen acumulando desastres, como el serio revés sufrido el pasado día 11 en su intento por establecer una cabeza de puente en la orilla occidental del río Donets, o el que les ha obligado más recientemente a retroceder hasta su propia frontera en el frente de Járkov ante el empuje ucraniano. Incluso hay quienes interpretan que esta última acción de contrataque ucraniano supone un giro radical en la guerra, con Kiev pasando de una actitud general defensiva a otra plenamente ofensiva con el objetivo de expulsar definitivamente al invasor de todo su territorio.
Sin embargo, una lectura menos apasionada de la cruda realidad sobre el terreno sigue mostrando que Moscú cuenta actualmente con un centenar de grupos tácticos desplegados fundamentalmente en el frente este y sureste, realiza diariamente en torno a unas 200 salidas aéreas contra objetivos que no se reducen al Donbás, sino también a otras zonas del país, y cuenta todavía con bazas en reserva -ya sean las tropas bielorrusas, una movilización general o una escalada que incluya armas de destrucción masiva- para evitar una derrota total. Eso no quita para que haya suficientes indicios de que sus unidades apenas avanzan en el resto de los frentes abiertos, de que no han logrado reconstituirlas -cuando se estima que han perdido al menos un tercio de todos los recursos humanos y físicos desplegados en el arranque de la invasión- y de que no parecen haber extraído lecciones adecuadas de los errores cometidos hasta ahora, tanto en el terreno de la planificación y ejecución de acciones combinadas como en el logístico.
Pero eso tampoco quiere decir que Ucrania esté en condiciones de pasar a una contraofensiva generalizada con garantías de éxito. Aunque su moral de combate sea superior y los refuerzos externos recibidos le estén permitiendo resistir el empuje ruso en el Donbás, carece de los medios humanos y materiales para lanzar una campaña que no solo anule los ataques enemigos en esa región, sino que termine por expulsarlos del ‘oblast’ de Jérson, sin olvidar Crimea y los mares de Azov y Negro.
En todo caso, también es cierto que Rusia está llegando al punto culminante en su ofensiva oriental, de tal manera que lo que no logre en estas dos próximas semanas será prácticamente imposible que lo consiga con posterioridad. Para ello tendría que emplear unos medios de los que no dispone actualmente, con unos costes humanos y económicos insoportables incluso para Putin, y sin ninguna garantía de éxito. Insistir en el empeño, cuando Ucrania está recibiendo material de combate cada vez más sofisticado, puede agravar aún más su ya delicada situación, con su prestigio como potencia global por los suelos y con el riesgo de verse obligado a repetir una retirada tan penosa como la que tuvo que realizar Gorbachov en Afganistán, protagonizando un capítulo que contribuyó directamente a precipitar el final de la Unión Soviética.
Pero también Ucrania tiene que medir muy cuidadosamente sus próximos pasos, venciendo la tentación de lanzarse a una carrera sin freno, para no caer en el error de pensar que lo que le ha servido para aferrarse al terreno y frenar a sus enemigos le basta para obligarles a poner pies en polvorosa. En ese punto conviene evitar que la dulce sensación derivada de haber evitado una derrota que supondría la desaparición de Ucrania acabe desembocando en la embriaguez de una victoria, hoy por hoy, todavía imposible.
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