Artículo de Núria Iceta

El Liceu y las puertas del paraíso

Si vuelvo sobre las declaraciones del director artístico del Liceu no es con ánimo de hurgar en la herida de su error, sino porque si algo tengo claro es quien entrará primero en el paraíso sin que San Pedro dude un segundo en acogerlo

El Gran Teatre del Liceu

El Gran Teatre del Liceu / FRANCESC CASALS / Barcelona

Núria Iceta

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El pasado día 12, el director artístico del Liceu, Víctor García de Gomar, justificó, ante el estupor y la indignación de muchos, el encargo de unas rejas para impedir el acceso al atrio del Liceu a personas que, según afirmó, generaban problemas de “violaciones, prostitución, gente pinchándose heroína, gente durmiendo en él porque no tienen ningún sitio más y no quieren marcharse”. Veinticuatro horas después se disculpaba con la (in)evitable fórmula de “en caso de que alguien se haya ofendido”, pero calificaba sus declaraciones de “inexplicable error personal” y apelaba al trabajo que desde hace años se hace desde el Liceu por "la accesibilidad y la inclusión de una manera verdadera y honesta".

Había tantos errores en sus declaraciones que era difícil salvar nada. Sobre la concepción del arte (imagino a Plensa con las manos sobre la cabeza), sobre lo que debe ser una institución cultural pública, sobre la idea de espacio urbano (no se puede hablar de convivencia ya la vez poner en un mismo saco un sinhogar que un criminal). Pero lo que más daño me hizo es la afirmación de que "en las puertas del paraíso hemos encontrado el infierno”. Entiendo que en la desafortunada metáfora el Liceu era el paraíso puertas adentro, y el infierno los ocupantes ocasionales del atrio. Entiendo también que se establecía una línea divisoria entre el bien y el mal y los que tenían derecho a entrar y los que no.

Si vuelvo sobre estas declaraciones no es con ánimo de hurgar en la herida de su error, sino porque, si algo tengo claro con mis pobres estudios de teología, es quién entrará primero en el paraíso sin que San Pedro dude un segundo en acogerlo. Antes será una persona que no ha tenido en esta vida las oportunidades que hemos tenido el señor García de Gomar cobrando por entrar cada día en el Liceu o yo que tengo el privilegio de poderme pagar el abono cada año. El paraíso no conocerá diferencias de clase, y el cielo en la tierra lo tenemos que construir cada día cada uno de nosotros. Como hacen tantas entidades sociales del Raval a las que, en realidad, va dedicado este artículo.

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