Artículo de Isabel Sucunza

La calle

Cuando la cultura pilla un permiso municipal para liarla, se abren las puertas de los teatros, de las salas de conciertos, de las librerías, y todo se desborda, hacia afuera, para acabar inundando esas calles que siempre serán nuestras

Ambiente de Sant Jordi en Barcelona

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Isabel Sucunza

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El otro día era muy difícil ver cómo Núria Martínez-Vernis bajaba por la Rambla con todo su séquito de músicos y poetas y no pensar en aquel famoso descenso por el mismo paseo que hace años perpetraron igual de alegres, descarados y divertidos, Ocaña y sus colegas.

Los artistas, cuando salen en comandita a hacer sus cosas por la calle, tienen algo de manifestación reivindicativa de ese tipo de alegría que se consigue con un palo y una alpargata, que se dice en catalán; es decir, con una cosa que apunta hacia arriba, la cabeza, y otra que te calza los pies, en el suelo, la tradición. Es esta última la que, en ese momento, hace que el cerebro se te llene de referencias compartidas por muchos. Muchas tenemos a Ocaña en la cabeza y ahora muchas tenemos a Martínez-Vernis también, bajando la Rambla los dos.

Aquello del otro día fue cosa de un festival, el Barcelona Poesia, experto en llenar espacios de la ciudad de, eso, poesía. Eso es lo que hace la cultura a veces: cuando pilla un permiso municipal para liarla, se abren las puertas de los teatros, de las salas de conciertos, de las librerías, y todo se desborda, hacia afuera, para acabar inundando esas calles que siempre serán nuestras, ¿os acordáis?, pero que parece que nunca acaban de serlo sin un sello de la administración.

Escribo esto con el BOT (el Butlletí Oficial de Tucson) encima de la mesa, a mi izquierda. El BOT es una revista que hacía Víctor Nubla y un grupo de gente clónico, si es que algunas no eran las mismas personas, al que hace unos días acompañaba a Núria Martínez-Vernis bajando por la Rambla. Ahora, en el año 2 d. N. (después de Nubla), acaban de presentar el último número (el número infinito, dicen). Lo hicieron en Gràcia hace un par de fines de semana, también en la calle, dentro del esqueleto del mercado de la Abaceria. Aquel día no hizo falta un permiso municipal para que los poetas hicieran de poetas, simplemente, alguien dijo 'vamos' y el resto entendió a dónde ir.

En Barcelona pasan cosas como estas, que recuerdan a la Barcelona de Casavella (¡leed 'El día del Watusi' y 'El secreto de las fiestas', por favor!); cosas que a mí siempre me hacen pensar en Kamino, un vecino del Raval que un día, al encontrármelo por la calle Carretes, me dijo: “he salido de casa porque encerrado allá, ya sabía que no me iba a pasar nada”. Por eso tenemos un par de sillas en la puerta de la librería, a la fresca, así cualquier tarde, con el trabajo ya hecho, en un momento de tranquilidad que decides salir a fumarte un 'piti', te sientas y nunca sabes quién puede aparecer ni de qué se acabará hablando. Por eso se tiene que salir siempre a la calle y por eso también, como nos pasó en Sant Jordi, cuando un periodista nos preguntó qué nos parecía aquello de la super-mega-ultra-illa que habían montado ese día, nosotros respondimos que tendrían que montarla todos los fines de semana, no por los libros, ni para los artistas, ni para los poetas, sino para todo el mundo.

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