Artículo de Marc Lamuà

Cultura y oportunidades

Los bonos culturales pueden ser un gran indicador de hacía donde va nuestra industria cultural

40º aniversario del Saló del Còmic. En total, unos 50.000 metros cuadrados repartidos en varios pabellones de Fira Montjuïc en los que se ubican más expositores que nunca.

40º aniversario del Saló del Còmic. En total, unos 50.000 metros cuadrados repartidos en varios pabellones de Fira Montjuïc en los que se ubican más expositores que nunca. / Manu Mitro

Marc Lamuà

Marc Lamuà

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El fin de semana pasado se cerró con un buen éxito de público el salón del cómic de Barcelona, el primero pospandemia. Como es hábito, se trató de un evento con una transversalidad y variedad social y económica que es difícil de encontrar en nuestra vida social. Un espacio en el que se podía ver al gigante Iñaki Zubizarreta delante de un auditorio lleno de jóvenes dando una clase magistral de lucha contra el 'bullying', y de cómo lo explica él desde sus viñetas, o se podía pasear por decenas de expositores de nuevos artistas gráficos y de consolidados veteranos de la ilustración que exponían su arte a la industria y a los entusiastas, o en las filas infinitas en los espacios de las editoriales españolas en donde numerosos de nuestros mejores artistas, como Teresa Valero y Das Pastoras, firmaban sus obras. Un espacio colapsado por los más de 110.000 visitantes y que desde la pandemia ha visto como crecen sin parar sus números de ventas, con un sector en España que ha exportado mucho talento a los grandes mercados del mundo y que tiene en sus 50 festivales específicos, más de 60 editoriales de cómics y más de 270 librerías especializadas, un espacio cada día más importante en nuestras industrias culturales como bien trasladan las principales entidades de representación del sector como la Sectorial del Cómic de España.

Quiso la casualidad que la misma semana se presentara en Madrid el libro blanco del desarrollo español de videojuegos 2021 de la mano de DEV y su presidenta Valeria Castro. España es ya el décimo mercado mundial con casi 30 millones de jugadores y con unos ingresos totales de 2.330 millones generados por el sector, de ellos más de 1.100 millones facturados por las 435 empresas españolas que ya cuentan con más de 8000 trabajadores y subiendo. Una situación que nos permite ser positivos pero que nos reta a ser mejores en los próximos años, para ello deberemos serlo desde el propio sector, pero sin duda también desde las instituciones públicas que deben arroparlo y ayudarlo a dar el salto de competitividad que España puede tener en ese competitivo mundo global en efervescencia que es el videojuego. Los ciclos formativos y grados universitarios orientados al videojuego están teniendo un gran éxito en España y por ello estamos generando un importante talento que a día de hoy encuentra más oportunidades fuera de nuestras fronteras que cerca de casa. Por ello proyectos como el Hub Audiovisual deben ser cruciales para cambiar esa tendencia. 

Son estos dos sectores, seguramente, la punta de lanza del consumo cultural de nuestros jóvenes, no solos, no exclusivamente, pero sin duda en el gasto general tienen una presencia central y podemos ver su éxito en los consumos que marcan los bonos culturales jóvenes ya en marcha en países de nuestro alrededor. Por ello lejos de algunos debates suscitados en otros países, lo que debemos hacer, teniendo claro su impacto en algunos segmentos de nuestra juventud, es aliarnos con ellos para que sean los impulsores de la diversificación del consumo de cultura, y lo debemos hacer desde las mismas industrias culturales, pero también desde las instituciones públicas.

La aplicación del bono cultural en Francia tuvo como epicentro el debate sobre en qué se habían gastado, preferentemente, los jóvenes su bono, y que industrias culturales habían obviado. Sébastien Cavalier, presidente del Pass Culture, introdujo lo que debe ser la clave y una de las principales utilidades de estos bonos a nuestros jóvenes: “Al darles la palabra a los jóvenes, nos obliga a los adultos a interrogarnos sobre qué consideramos como parte de la cultura”. Podríamos añadir, guste o no, que los hoy jóvenes delimitaran la cultura de su tiempo, porque la cultura es algo vivo, cambiante y signo de su tiempo. Lo marcan hoy, muchas veces inconscientemente, con sus consumos. A qué dedican sus recursos es el principal y más fiable indicador de cuál es su cultura.

Los bonos culturales pueden ser, por lo tanto, un gran indicador de hacía donde va nuestra industria cultural, de cuáles pueden ser nuestros talones de Aquiles, de donde debemos innovar para acercar estos nuevos públicos a algunos de nuestros sectores culturales que pueden quedar rezagados. Aprovechar esa preciosa radiografía anual que de otro modo seguiría instalada en intuiciones o sensaciones, pero no en hechos, y no hay hecho más palpable que el resultante de a qué dedicamos nuestro dinero, nos da pie a ayudar a nuestra cultura actual. Para hacerlo los mejores aliados serán sin duda estos sectores, que no son ni mucho menos nuevos, pero que su transversalidad y hegemonía en el consumo cultural joven se han convertido hoy en las puntas de lanza para que la Cultura impregne las vidas de los ciudadanos y ciudadanas del futuro. Alianzas, complicidades y oportunidades de futuro para que nadie se quede atrás y para que nuestra cultura sea más fuerte.