La nota | Artículo de Joan Tapia

El miedo de Finlandia

Que el país nórdico abandone la neutralidad, que incluso mantuvo con Stalin, indica un mundo mucho más peligroso

Sanna Marin y Sauli Niinisto, primera ministra y presidente de Finlandia

Sanna Marin y Sauli Niinisto, primera ministra y presidente de Finlandia / Europa Press

Joan Tapia

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Durante muchos años, desde la firma del tratado de 1948 con la URSS de Stalin, Finlandia había seguido una política de estricta neutralidad y, hasta 1989, de sintonía con Moscú. El país mantuvo la democracia y la economía de mercado, pero la 'finlandización' imponía contención en las críticas a la URSS. Así, Finlandia no condenó la invasión de Hungría en 1956 ni la de Checoslovaquia en 1968 y en 1974 la edición finesa de 'Archipiélago gulag' se tuvo que publicar en Suecia.

Ahora, la invasión de Ucrania está a punto de acabar con la Finlandia neutral. El presidente Sauli Niinistö y la primera ministra, la socialdemócrata Sanna Marin, anunciaron el miércoles que el país va a pedir la entrada en la OTAN. Y, al mismo tiempo, Gran Bretaña firmó un acuerdo con Finlandia y Suecia garantizándoles protección en caso de ataque antes de su integración plena, que puede llevar tiempo pues debe ser ratificada por los 30 estados miembros.

La razón de este profundo cambio es el miedo que se ha apoderado de la población -y sus dirigentes- cuando se ha visto que Ucrania, que no pertenecía a la OTAN, era invadida sin que Occidente opusiera una directa resistencia. El miedo ha sacudido a la opinión pública y ahora el 76%, contra el 12%, apoya la entrada en la organización militar. Preguntado como respondería a Rusia, que ya ha criticado la decisión, el presidente finlandés ha dicho: “Ellos tienen la culpa, que se miren en el espejo”.

Y Finlandia es casi seguro que será seguida por Suecia, un país que no ha participado en ninguna guerra desde 1814. La tradición de neutralidad es allí todavía más fuerte, pero los socialdemócratas, que siempre son el primer partido en las elecciones, van a anunciar su nueva posición este fin de semana. La isla sueca de Gotland, que domina el Báltico y de una extensión similar a la de Mallorca, está ya desde hace semanas militarmente protegida.

Putin justificó la invasión de Ucrania para que la OTAN no se acercara más a su territorio. Ahora los 3.600 kilómetros de la frontera finlandesa doblarán el roce directo entre Rusia y la OTAN.

Lo peor no es que Putin se haya equivocado, sino que el mundo posterior a la invasión es mucho más incierto y peligroso. La guerra va a durar porque Ucrania no puede imponerse y Putin no puede permitirse perder. ¿Hasta cuándo y con qué costes? ¿Hay riesgo de escalada nuclear?

Y no es solo Rusia, las economías europeas también van a sufrir la partición del mundo que ya se está produciendo. Las sanciones castigarán a Putin, pero tendrán también un alto coste para los países europeos. Un corte del suministro de gas ruso -ayer Rusia cerró el gaseoducto que atraviesa Polonia- podría hacer caer un 12% el PIB de Alemania, la primera economía europea. Y la escasez de ciertas materias está paralizando la producción de coches eléctricos de Volkswagen. 

El lunes, el presidente de la compañía, Herbert Diess, urgió algún tipo de acuerdo que acabara con la guerra. Desea el fin de una peligrosa pesadilla. Pero la pesadilla tiene un gran culpable. Lo demuestra que un país neutral, que supo convivir con la totalitaria Rusia de Stalin, tenga más miedo al sueño imperial de Putin, al nacionalismo fundamentalista, que a la dictadura comunista. 

Un acuerdo que no implique abandonar a los ucranianos exige ayudarles a defenderse y aumentar las sanciones económicas que debilitarán a Putin, pero también dañarán el bienestar del resto del mundo. Hemos entrado en una peligrosa espiral de irracionalidad.

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